Una reunión entre los presidentes norteamericano y de Corea del Norte - Donald Trump y Kim Jong-un- es la primera vez que sucede en 70 años. Es un encuentro sin precedentes, nunca los presidentes estadounidenses han querido dar esa ocasión a los presidentes de Corea del Norte, apareciendo como iguales y legitimando el régimen dictatorial. Ni Obama, ni Clinton,y tampoco Bush, que situó en la capital coreana Pyongyang el «eje del mal». El de Singapur ha sido un encuentro sin precedentes y sin garantías de que se cumplan las promesas de desarme como ha subrayado la prensa y los congresistas norteamericanos.

Trump se ha comportado más como un vendedor que como un hombre de Estado: repartiendo halagos, con mucha labia, y tratando de llevar a su terreno, a su proyecto de paz y desnuclearización a Kim Jong-un. Como buen vendedor y hombre de negocios, Trump incluso sugirió las posibilidades turísticas en las costas coreanas -donde se desarrollan los ensayos nucleares- y de instalar hoteles, que de eso entiende. La única medida concreta la ha conseguido el tercer representante de la dinastía Kim: la promesa de que no habrá más maniobras militares entre el ejército norteamericano y Corea del Sur. Para los del Norte esas maniobras conjuntas se han interpretado siempre como el preludio de una invasión, y le ha permitido justificar el programa nuclear; de hecho, eso vino a reconocer el presidente Trump cuando dijo que «eran una provocación» para Corea del Norte. Y los del Sur se enteraron de la suspensión por la prensa. De momento, lo único concreto es la promesa de que no habrá más maniobras conjuntas; aunque esas operaciones son fáciles de reanudar.

Donald Trump ha calificado de éxito la reunión. Ha creado, según sus palabras, un «vínculo muy especial» con su colega del Norte, y afirma que «la desnuclearización empezará muy, muy rápidamente». Kim Jong-un ha vuelto a expresar su voluntad de desnuclearizar la península coreana. No es nuevo, ya lo había prometido cuando se reunió con el presidente de Corea del Sur. La falta de concreción del proceso lleva a pensar que tardará bastante tiempo en ponerse en marcha, si se pone. Ni siquiera el belicoso secretario de Estado, Mike Pompeo, ha sido capaz de concretar cuál es el siguiente paso.

El tema viene de antiguo. La secretaria de Estado de Clinton, Madeleine Albright, se reunió en el año 2000 con Kim Jong-il, padre del actual presidente norcoreano. También se llegaron a acuerdos para cesar en la actividad balística y en las investigaciones nucleares. Nunca se concretaron. Posteriormente el presidente George Bush Jr. situó a Corea en el «eje del mal» como había hecho con Irak en el 2005. El régimen de Corea del Norte prometió al Grupo de los Seis (EE UU, Corea del Sur y del Norte, China, Japón y Rusia) que pondría fin a su programa nuclear si obtenía «garantías de seguridad», lo mismo que reclamaba esta semana. El compromiso se rompió en 2009 porque Kim Jong-il no permitió el acceso e inspección de sus instalaciones nucleares. Obama propicio las sanciones mientras intentaba llegar a un acuerdo. En el 2012 se rompieron las negociaciones tras el lanzamiento de un cohete norcoreano. Trump aumentó las sanciones, presionando más a China e incrementando las maniobras militares conjuntas en el Sur. Dicho esto, Irán sí permitió las inspecciones y está cumpliendo el tratado de limitar la investigación y desarrollo nuclear y, sin embargo, Trump ha roto unilateralmente el acuerdo.

Después del fracaso de la reunión del G7, Trump necesita urgentemente una victoria en política exterior que pueda vender en el interior. Por eso se reúne con el presidente norcoreano para presentar su estrategia como un procedimiento exitoso frente al desarrollo nuclear norcoreano. Como ha twitteado a su regreso «el presidente Obama dijo que Corea del Norte era nuestro mayor y más peligroso problema. Ya no -¡duerma bien esta noche!». Es cierto que cualquier diálogo, mientras se mantenga, reduce significativamente el riesgo de que haya guerra; aunque ha vuelto a la casilla donde lo dejaron los demócratas: presión, negociación -entonces multilateral-. Aunque en esta ocasión enaltece a Kim, le hace concesiones y ni ha mentado los derechos humanos a uno de los peores dictadores del mundo. «Claro, igual en seis meses estoy delante de ustedes, y tengo que decir que me equivoqué pero ya encontraré alguna excusa», ha dicho Trump. Para entonces ya habrán sido las elecciones del medio mandato al Congreso y Senado norteamericano. Será eso.