Había preparado razonablemente ocho de los diez temas que formaban el contenido de filosofía para el examen de selectividad. Apenas tuvimos tiempo de leer los conceptos básicos sobre Sartre y Wittgenstein durante el curso y fueron los sacrificados en mis horas de estudio. Como en aquellos exámenes siempre daban dos opciones a elegir, pensé que era muy improbable que las dos preguntas versaran sobra los dos filósofos tan cercanos en el tiempo. Cuando recibí el enunciado de la hoja el examen pude comprobar con horror que la primera de las preguntas se refería a un tema que no habíamos tratado durante el curso y por tanto desconocía. De los pocos recuerdos que guardo sobre mi examen de selectividad son esos instantes eternos para saber si la segunda pregunta era sobre uno de los dos filósofos en cuestión.

Las pruebas de acceso a la Universidad, la PAU o los exámenes de selectividad para los que tenemos unos añitos, se han convertido en todo un acontecimiento que cambia durante unos días la vida de muchos jóvenes y por ende de sus familiares, institutos y profesores. No es para menos, en cierta forma, es la única prueba que todos los estudiantes de una misma Comunidad realizan de forma equivalente, evaluando no tan sólo a ellos, sino que también a institutos y profesores de los mismos. Importante para los colegios, ya que les coloca en un ranking público de resultados frente al resto de colegios de su Comunidad, pero para los estudiantes puede suponer poder cursar los estudios que prefieran o tener que conformarse con otras opciones.

Preparar una prueba para tantos estudiantes, con coordinaciones previas con profesores e institutos no es tarea nada sencilla, por eso es digno de alabanzas el trabajo de los equipos de profesores que están al frente de cada uno de los exámenes tratando de conseguir que las preguntas que realizan se hallen en los temarios y tienen una dificultad razonable que permita medir gradualmente los conocimientos de cada estudiante. Cualquier mínimo error puede suponer un auténtico desastre ya que no hay nada más duro que tener que hacer repetir una prueba a miles de estudiantes, como ha ocurrido en Extremadura, debido a las filtraciones previas en alguno de los exámenes. El lío parece que fue debido a que una administrativa desconocía la diferencia de los conceptos de privado y no accesible en la red, pero también puso de manifiesto que determinados protocolos de actuación en el siglo de Internet no estaban lo adecuadamente definidos. El asunto ha acabado con la dimisión de un vicerrector y el responsable de las pruebas, pero con miles de alumnos repitiendo un examen y en algunos casos seguro que con las sensaciones de que aquello ha podido cambiar su vida para bien o mal.

En nuestra Comunidad, la polémica ha saltado en el examen de las matemáticas de las ciencias sociales, que no es que no se ajustara al temario, sino que las quejas se deben a que fue un examen más difícil que años anteriores. En principio es el mismo examen para todos los estudiantes de la Comunidad, con lo que la competencia frente a otros estudiantes de tu Comunidad se compensa, ya que la dificultad para todos es la misma. El problema surge cuando los estudiantes optan y compiten por plazas en todo el Estado español, el ejemplo más conocido es el de medicina. Y en este sentido hay quejas notables, ya que es evidente que la dificultad y/o modelo de corrección de los exámenes en cada Comunidad es muy diferente, como se puede comprobar con las notas medias que se obtienen en cada Comunidad. Así, las plazas de medicina de algunas comunidades son preferentemente asignadas a estudiantes de otras comunidades cuyas notas eran más altas, generando cierto malestar precisamente por la falta de igualdad ante el acceso.

Quizá sea el momento de preguntarnos por qué no utilizar un examen de acceso a la Universidad único en todo el Estado español. Además de más justo, posiblemente podría provocar un efecto de control sobre la educación que se imparte en cada Comunidad, por ejemplo, sobre el conocimiento de la lengua castellana o la historia de España. Cuanto menos sería curiosa una pregunta del examen nacional de PAU sobre la guerra de Sucesión española.

Volviendo a mi examen de selectividad, aquella segunda pregunta no fue ni de Sartre ni de Wittgenstein y pude superarla. Además, aquella pequeña tensión me enseñó que no siempre hay que confiar ciegamente en la probabilidad y me generó interés para conocer algo más de aquellos filósofos que no preparé.