Hay algo de profundamente repugnante en las imágenes que nos han llegado de la cumbre entre el presidente de EE UU, Donald Trump, y el dictador norcoreano, Kim Jong-un. Lo es ver a Trump calificar de «amigo», alabar la «inteligencia» y adular ante el resto del mundo a alguien sólo comparable en crueldad a Calígula si hemos de creer la leyenda tejida en torno al tercer emperador romano.

Kim ha enviado a los gulags de su país a decenas de miles de personas, ha mandado asesinar incluso a familiares de los que desconfiaba y tiene a su pueblo totalmente aislado del mundo y sometido a un lavado de cerebro colectivo. Y ¿qué hizo Trump cuando le preguntaron en la conferencia de prensa posterior a la reunión si había tratado con Kim de la situación de los derechos humanos en esa parte de la península coreana? Pues reconocer que lo había hecho sólo de pasada y relativizar esos crímenes añadiendo que, efectivamente, hay cosas «fuertes» que ocurren en Corea del Norte, pero es algo que «sucede también en muchos lugares175.

Es evidente que Trump está más a gusto entre dictadores y tiranos que en compañía de demócratas capaces de contradecirle como sus socios de Europa y Canadá, a quienes poco antes había desairado públicamente tras la reunión del G7.

Es cada vez más evidente, Trump sólo piensa en sí mismo y en los votantes, tan ignorantes como él de los asuntos del mundo, que le dieron su voto y aplaudirán todo lo que haga aunque se hunda el resto del mundo. Escuchar a un promotor inmobiliario como es Trump elogiar ante la prensa internacional las playas de Corea del Norte como idóneas para construir en ellas hoteles y condominios tiene bastante de grotesco.

Políticos y analistas se preguntan hoy, y seguirán preguntándoselo durante mucho tiempo, qué ha conseguido Trump a cambio de legitimar ante su pueblo y ante el mundo a un dictador sin escrúpulos a quien hace poco tiempo calificaba de «hombrecillo cohete».

El breve documento firmado por ambos líderes ante las cámaras de todo el mundo no contiene ningún compromiso real sobre la desnuclearización de la península coreana más allá de la voluntad de trabajar en esa dirección.

Resulta sarcástico que Trump dé por bueno ese papel mientras repudia el de más de un centenar de páginas suscrito antes con Irán por su propio país y demás potencias nucleares pese a que, a diferencia del primero, éste sí obliga a todo tipo de inspecciones in situ.

El presidente de EE UU ofreció también a Kim suspender las maniobras militares con Corea del Sur, que calificó de «provocadores juegos militares», algo en lo que podemos estar de acuerdo aunque no lo estarán sus aliados, a quienes no se molestó siquiera en consultar.

Por lo demás, en tono más positivo, respiremos al menos de momento por que se haya disipado el peligro de guerra. Lo que no es poco tal y como están las cosas.