Da la sensación de que el avance de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación provoca un aumento de la percepción subjetiva de las brechas en todos los ámbitos. Posiblemente el estar conectados con todo el mundo en tiempo real genera ese tipo de fenómeno que, de alguna forma, condiciona cada vez más nuestra forma de vida. La rapidez con que transcurren los acontecimientos acelera los cambios de actitud, de creencias y de valores, consiguiendo modificaciones impensables en otras épocas. Pero lo más espectacular es la radicalización de las posturas que nacen de estos posicionamientos que, sin saberlo, se convierten en extremos.

La fisura más vanguardista es, sin duda, la que se corresponde con las nuevas tecnologías, la llamada brecha digital. Desde el concepto de Aldea Global de McLuhan, donde todo el planeta representa a una aldea intercomunicada, se desprende la conversión de la sociedad por la alteración que produce la comunicación activa y permanente de todos los miembros de la aldea. Todos aquellos que están desconectados, bien porque no cuentan con medios suficientes o bien por desconocimiento de su funcionamiento, se ven abocados a una forma de vida diferente, generándose una fisura entre distintos mundos y realidades.

A niveles más concretos, se abre una grieta entre generaciones, los que manejan las nuevas tecnologías y son parte de su forma de vida, y aquellos que no pueden o no saben manejarlas y mantienen un estilo de vida conservador. Esta brecha se puede llevar al plano de los padres y los hijos, pero también a cualquier otro: el científico, el económico, el puramente social, el político, el judicial, el religioso, todos ellos están mediatizados por hendiduras más o menos profundas que condicionan su desarrollo.

Hoy las batallas no se ganan únicamente en el terreno real, se llevan a los medios para que se visualice y se considere en tiempo real el alcance de las mismas. Los que intervienen en el proceso, es decir, todos los que tienen medios tecnológicos y conocimientos suficientes para hacerlo, se ponen manos a la obra y van construyendo una realidad sobre el suceso que finalmente puede distar mucho de los objetivos finales perseguidos. Los procesos de influencia también han cambiado, porque ahora cualquiera puede ser persuadidor de los demás, siempre y cuando consiga ganar la confianza de sus seguidores. Pero los que se mantienen al otro lado de la brecha, están protegidos de esas influencias, por desconocimiento o desinterés, consiguiendo que ésta sea cada vez más grande y profunda. Lo futurible es que esta brecha digital desembocará en brechas múltiples desencadenándose en forma de racimo.