Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Nos esperan meses de gestos, de operaciones cosméticas con el fin exclusivo de preparar las futuras elecciones e invertir la tendencia contraria al bipartidismo. El primero de ellos, la moción de censura, rodeada de estrategias fallidas, suicidios y arrojo, cumplió su papel, demostrando que los «nuevos» partidos tienen un alto grado de bisoñez e inexperiencia, habiendo contribuido ambos, Podemos y Cs, a la mayor gloria de quienes, por activa expresa o pasiva aparentemente querida o aceptada, les han colocado un rejón donde duele.

El nuevo Gobierno bifronte, crisol de bondades, representaciones territoriales a la mayor gloria y control del presidente, progresismo y dureza a la par, experiencia y ciencia, ha servido para ofrecer una imagen encantadora. No obstante, iniciado el camino es apreciable que el conjunto carece de la armonía y coherencia necesarias para gobernar y sin que el director parezca tener tampoco una idea clara de un futuro que no espera ejecutivo, sino meramente gesticular. Nombres propios, pero carencia de equipo y estrategia. Y es que no se trata de gobernar un país. Mucho menos de hacerlo con unos presupuestos ajenos acogidos como agua de mayo. Se persigue estar ahí, ser vistos, decir una cosa y la contraria contentando a todos, a la izquierda y al centro y recuperar al votante perdido.

Solo así se entiende el nombramiento de Borrell y de Batet. Uno, poco dado a alegrías nacionalistas y resabiado con los engaños ya contrastados; la otra, osadamente propensa a reformar la Constitución para darle a los secesionistas lo que quieren, incluso un estatuto inconstitucional que, obviamente, al ser inconstitucional y vincular las sentencias del TC a todos, solo sería posible previa reforma de la Constitución. Y esa reforma, así las cosas, no sería viable, pues supondría una modificación profunda de nuestro sistema político. Batet promete con alegre displicencia y abre el telón de esta representación a la que vamos a asistir día a día; nada le cuesta, pues no tiene coste, ni previsión de realidad. El riesgo es elevado si desde la oposición se eleva el tono, cosa no probable en estos momentos en el PP, metido de lleno en su propia historia o en Cs, en estado comatoso por sus propios errores y perdido buena parte del espacio conquistado. Ha dejado de ser relevante y difícilmente va a encontrar pronto un hueco propio en el que solazarse, aunque sí en el que lamerse las heridas.

Eso de dar y quitar, de decir una cosa y la contraria será la regla común en este gobierno de binomios, tanto que si se tratara de gobernar habríamos todos de preocuparnos y mucho. Pero, no, se trata de hacer política, cuando no de decir todo lo posible y esperado por el respetable deseoso de volver a la casa común, a la oficina principal de la izquierda. Otra vez el talante.

Sucede así en Justicia e Interior, puestos para los que se ha buscado a profesionales reconocidos, pero que militan en posiciones no siempre compatibles entre sí. La de Justicia, forma parte de un sector caracterizado por ser poco cercano al que representa Grande-Marlaska. Todos contentos, aunque será difícil gestionar acontecimientos complejos con este menú tan completo y variado.

En el ámbito del euro sucede algo parecido. La de Economía, Balbín, representa la ortodoxia en el gasto, la política europea, mientras que la de Hacienda ha acreditado una tendencia clara al gasto y cierta despreocupación por el estado contable. Dos mensajes en un mismo gobierno. A lo que cabe sumar Sanidad, que mantendrá el lenguaje de la universalidad y el desmontaje de la medicina privada concertada, pero, y he ahí lo curioso del caso, sin incrementar el gasto y la inversión, con lo que los clientes del sistema aumentarán sin la contrapartida necesaria de los medios para atenderlos. Más listas de espera por mucho que la ministra se empeñe en decir lo contrario. El discurso y no la efectividad es lo que prima, pues se trata de rescatar al votante perdido.

La representación de las distintas comunidades, especialmente las llamadas históricas más Andalucía, tiene dos objetivos políticos: uno, el aparentar diálogo y normalidad en un asunto que se toma muy a la ligera y fiado Sánchez, no escarmentado por lo de Zapatero, en la bondad de los secesionistas; otro, el de controlar a los barones o limitar su poder a la espera de tomar las plazas resistentes.

Un gobierno de coalición y plural el conformado sin nexo de unión entre los ministros y sin un programa que desarrollar. Lógico cuando la moción de censura no fue constructiva, sino contra el PP, sin recursos para desarrollar políticas propias (presupuestos y ochenta y cinco diputados no lo permiten). Nada había tras una maniobra que cabe ver solo en su finalidad estratégica y que puede beneficiar -ya lo está haciendo-, al bipartidismo. Que nadie espere nada o cambios, ni siquiera cosméticos, pues los pactos son imposibles. Ni el PP lo va a hacer, porque no le conviene, ni Podemos y sus aliados lo consentirán al verse engañados. Aunque los engaños se deban a su ingenuidad y a las prisas y la ambición de Cs.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats