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Bartolomé Pérez Gálvez

Tiempo muerto

Había ganas de quitarse de darle la puntilla al ya expresidente y, por extensión, a su partido. Sentimiento legítimo, sin duda alguna, aunque los modos para conseguirlo bien pudieran haber sido otros

Los dirigentes populares continúan con su murga plañidera, insistiendo en que la corrupción es agua pasada y no va con ellos. Pudiendo ser así, no hay duda de que han sido otros males los que han colmado el vaso de la paciencia. Y es que el problema del Partido Popular no estriba exclusivamente en la corrupción de antaño, sino también en la soberbia e inutilidad que caracteriza su presente. Mariano Rajoy, tan reacio siempre a la proactividad, pudo evitar el naufragio aceptando la propuesta de dimisión que le ofrecían Sánchez y Rivera. Prefirió no mover ficha y, al más puro estilo Luis XIV, optó por fanfarronear y provocar que el diluvio le sucediese. Y ahí estamos.

Había ganas de quitarse de darle la puntilla al ya expresidente y, por extensión, a su partido. Sentimiento legítimo, sin duda alguna, aunque los modos para conseguirlo bien pudieran haber sido otros. Si los populares no disponían ya del apoyo social que cosecharon en las últimas generales, los mismos sondeos también situaban a los socialistas de capa caída. Mientras tanto, Ciudadanos llevaba un par de meses liderando las encuestas y poniendo en riesgo la supremacía de los dos clásicos. Era el momento del ahora o nunca para una moción que, más allá de dar boleta al gobierno, aportaba el valor añadido de frenar el ascenso de Albert Rivera. A buenas horas iban a permitir, socialistas y populares, convocar elecciones con estos mimbres.

A la vista de cómo está el país, tal vez hubiera sido más coherente llegar a un acuerdo y establecer un gobierno transitorio de coalición, una vez descartado el interés por anticipar las elecciones. Ambas salidas tendrán sus pros y contras, pero son los puertos a los que deberemos llegar más pronto que tarde. Hasta entonces, nos espera un impasse que promete ser un tanto revuelto, con este «totum revolutum» de 22 partidos y un Pablo Iglesias que ya ha empezado a mostrar su malestar. Por cierto, que sus críticas se centran en los dos de los ministros que, con toda seguridad, cuentan con un respaldo social más sólido y aportan mayor credibilidad al ejecutivo socialista: Josep Borrell y Fernando Grande-Marlaska. Mal empezamos.

Permítanme el punto guasón, pero solo han sido necesarios cuatro apellidos vascos -y un quinto que no lo es tanto- para decidir el futuro inmediato de España. Los Aguirretxea, Barandarián, Legarda y Sagastizábal, liderados por Aitor Esteban, han sabido bailar con unos y otros a cambio de 540 millones de euros. ¿Que Sánchez obtuvo la presidencia por ellos? Pues sí, pero no menor fue el apoyo puntual que otorgaron a un Rajoy que, habiendo liderado personalmente las negociaciones, fue finalmente obsequiado con una ostentosa cornamenta, en agradecimiento al favor recibido. Suena incongruente que, quien empezó con el peligroso juego de pactar con los nacionalistas vascos, acabara criticando el apoyo que éstos dieron a la moción de censura.

Tiempo habrá para confirmar si Pedro Sánchez acaba siendo algo más que un Mr. Handsome o señor guapo, como ha sido bautizado por la prensa anglosajona. Difícil lo tiene porque una cosa es predicar y otra, bien distinta, dar trigo. Por el momento, impacta con un gobierno quizás demasiado numeroso, pero también muy mediático y plagado de notables de la sociedad española. Pocos políticos de raza, aunque alguno de especial relevancia. Otra cosa es que la buena imagen de ministras y ministros vaya pareja a la adecuada capacidad para gestionar sus correspondientes negociados, que eso está por ver. En síntesis, un equipo para lucir, distraer y poner la máquina electoral en funcionamiento.

Llama la atención el desvarío que se llevan con los presupuestos. Cada uno se retrata como le viene en gana y, tanto populares como socialistas, han demostrado la inconsistencia de sus palabras. Los primeros andan enrabietados y decididos a vengar la traición peneuvista, vetando en el Senado lo que ellos mismos aprobaron en el Congreso. Por su parte, en el PSOE necesitan aprovechar el tiempo de gobierno y no están para jugársela con más negociaciones que serían improductivas, a la vista del enfado de Podemos, Bildu y catalanistas con la nueva plantilla ministerial. Pedro Sánchez ya advirtió que asumiría como propias las mismas cuentas públicas que, hace apenas unos días, tildaba de «ideológicas y no sociales» y que consolidaban «un Estado social mínimo». En fin, que le ha faltado tiempo para aplicarse el consejo de Maquiavelo: no ser fiel a las promesas, cuando esta fidelidad redunda en perjuicio propio. Mal vamos en este país, si el futuro depende de quienes actúan bajo el principio de «donde dije digo, digo Diego».

Unos y otros son presos de sus palabras y, por ello, ofrecen justificaciones un tanto irrisorias. Desde el PP aseguran que mejorarán los presupuestos cuando se tramiten en el Senado. Han tenido tiempo suficiente para hacerlo antes, gestándolos primero y remitiéndolos después al Congreso. Ya ven, un simple berrinche en respuesta a la tomadura de pelo de los nacionalistas vascos. Los socialistas alegan que, si mantuvieran sus enmiendas, los presupuestos -es decir, los elaborados por el PP- se retrasarían y no tendrían tiempo para adjudicar las obras. Pues nada, que no hay cambio y ahora es el gobierno del PSOE quien nos maltrata con el agravio inversor. Atrás quedaron 2.000 enmiendas con esos 8.000 millones destinados a mejorar el empleo, la investigación o el sistema educativo. Ni hablar de tocar los impuestos y esa subida que proponían a las rentas más elevadas. No es que un servidor esté de acuerdo, ni en desacuerdo; pero si no habrá nuevo modelo de financiación autonómica, ni modificaciones en las pensiones, ni tienen valor ahora sus propias enmiendas, ¿para qué diablos han montado este circo?

En fin, todo apunta que entramos en un tiempo muerto indefinido. Como en el basket, sí, pero sin más táctica prevista que la de alargar el partido y, como mucho, ofrecer alguna que otra jugada de cara a la galería. Disfruten de la espera.

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