En la política, vivir de espaldas a la realidad, parapetado tras el poder y patrimonializando las instituciones, acaba resultando letal. Esto le ha ocurrido al PP y explica la humillante derrota que ha sufrido Mariano Rajoy en el Congreso, tras la victoria de la moción de censura presentada por el PSOE y el posterior nombramiento como presidente del Gobierno de Pedro Sánchez. Desde hacía tiempo, las políticas autoritarias del gobierno de Rajoy alimentaban un creciente malestar social que extendía sus efectos a un progresivo deterioro institucional, de la mano de una corrupción tan amplia, profunda y generalizada que amenazaba con dañar el funcionamiento y la credibilidad de todo el Estado.

La estrategia del PP ha consistido en retorcer la realidad, trasladando mentiras y falsedades para convertir sus innumerables casos de corrupción, saqueo y robo en una rutina que acabáramos por asumir con hastío y normalidad, sin calcular que el hartazgo de una sociedad que ha sufrido en sus carnes una profunda crisis económica y social cuyos efectos perduran estaba alcanzando unos niveles insoportables de repugnancia. Y mientras las detenciones, los sumarios, las condenas, los ingresos en prisión y las sentencias contra altos dirigentes del PP en el ejercicio de sus cargos no paran de sucederse, los problemas en España se agolpan sin obtener respuesta o quedan abandonados a los tribunales de justicia ante la pasividad del Gobierno, como ha sucedido con el problema territorial en Cataluña.

Hasta 84 sumarios judiciales distintos afectan a antiguos dirigentes del PP en estos momentos en toda España, sin que dejen de abrirse nuevos casos y ampliarse las detenciones en lo que Rajoy y los suyos llaman con hiriente cinismo «casos aislados». Por ello, la moción de censura que presentó el PSOE contra Mariano Rajoy tras la sentencia del caso Gürtel tenía un poder simbólico que el PP, con su habitual insolencia, despreció, sin calcular bien sus consecuencias, permitiendo que el PSOE recogiera el rechazo unánime que la corrupción del PP ha generado en la sociedad, al tiempo que confluyera todo ese malestar social y político que el Gobierno de Rajoy ha alimentado. Y en pocos días, lo que parecía imposible, ha sucedido.

Rajoy perdió la moción de censura y el PP salió de un gobierno que consideraba suyo. Basta con ver la rabia y escuchar las descalificaciones que no han parado de proferir desde entonces para comprender hasta qué punto se creían dueños del ejecutivo y de las instituciones. Al mismo tiempo, todo el edificio político en España se ha visto sacudido como por un terremoto. El PP descolocado, con un Rajoy en retirada, aguantando las dentelladas rabiosas de Aznar, en una oposición desnortada y abriendo un melón sucesorio de consecuencias imprevisibles. Podemos, asumiendo un papel subalterno que le permita curar las heridas que sus dirigentes han causado con sus atribuladas actuaciones. Un PSOE que, tras el calvario que ha vivido desde la salida de Zapatero y las luchas intestinas que ha protagonizado, vuelve al Gobierno en medio de un clima de apoyo y expectación que ni soñaban. Y Ciudadanos, el partido que decía que venía a regenerar la política, reducido a la insignificancia parlamentaria tras convertirse en el mayor apoyo que obtuvieron el Rajoy junto a su Gobierno en su moción por los casos de corrupción, sin dejar de recibir desprecio y humillaciones del mismo partido al que respaldó y sin capacidad, siquiera, para presentar una moción de censura con sus 32 diputados. Sería bueno que Rivera comprendiera que España es un país complejo en el que la simple soflama patriotera barata no sirve para dar respuesta a los numerosos desafíos que tiene la sociedad.

Y en medio de estos tiempos políticamente líquidos que vivimos, Pedro Sánchez sorprende con la letra, la partitura y los músicos de su nuevo gobierno. Lejos quedaron los ministros y ministras sin trayectoria profesional cuyo único mérito era medrar a la sombra del líder y adularlo, para reunir al ejecutivo con más mujeres del mundo, con trayectorias profesionales sobresalientes, que han destacado en diferentes campos dentro y fuera de España. Tanto en las carteras como en los primeros mensajes que se han trasladado se han puesto sobre la mesa problemas inaplazables que el anterior gobierno ignoraba o sencillamente despreciaba, como una mayor presencia en Europa, la transición ecológica, el cambio climático, la igualdad entre mujeres y hombres, la lucha contra la desigualdad, la reducción de la pobreza infantil, la cultura, las migraciones, las administraciones públicas, entre otros.

No va a ser, ni mucho menos, un gobierno tranquilo en medio de la profunda crisis de Estado que atravesamos, ante el fango y el barro político que el PP ha anunciado con arrojarle en el Parlamento, cuando hay señales económicas de alarma que anuncian importantes contratiempos, ante un Congreso fragmentado y dividido, cuando todas las fuerzas políticas tienen ya la vista puesta en las próximas elecciones locales, autonómicas y europeas junto a las siguientes generales. Pero si se toman algunas medidas inaplazables, se derogan leyes funestas y se sientan las bases para modernizar el país mediante el diálogo, la cohesión social y la reducción de las desigualdades, aumentando nuestra voz en el mundo, con una ética pública irreprochable, habrá merecido la pena.