En España, afortunadamente, no hay mucha unanimidad y los tiempos cambian que es una barbaridad (como decía la canción de postguerra), pero lo que ha pasado en los últimos quince días es realmente notable. Casi increíble. Rajoy era el valor seguro, aunque algo gastado, que garantizaba la unidad nacional y la economía, Rivera encarnaba el futuro y Pedro Sánchez estaba ahí, pero sin más. Con sus enemigos internos del PSOE y los dolores de la socialdemocracia. Y de repente todo ha cambiado. Tras el golpe de la moción de censura, que en un primer momento parecía muy aventurada, la formación del nuevo gobierno -iniciada con el nombre de Josep Borrell y filtrada calculadamente en cápsulas diarias de lunes a miércoles- ha hecho de Pedro Sánchez el hombre de moda. Arturo Pérez-Reverte, que no es un «progre» y cuyos personajes están a años luz del feminismo de Carmen Calvo, ha escrito un tuit indicativo: «Creo que me gusta el nuevo Gobierno porque nos da esperanza. Demuestra que el tiempo y la experiencia nunca están de más. Demuestra que @sanchezcastejon está dispuesto a escuchar. Y a durar». Al escritor español que más libros vende, al capitán Alatriste, Pedro Sánchez le da esperanza.

Incluso columnistas conservadores -normalmente alérgicos al PSOE- tienen una reacción matizada ante el que hace pocos días veían como un fracasado o un usurpador. Victoria Prego, columnista de El Independiente y que fue adjunta de Pedro J. Ramírez en El Mundo, hace un análisis favorable que empieza así: «Este es un buen Gobierno que, salvo algunas contadas excepciones, está lleno de profesionales formados y con experiencia. Hay que decirlo de entrada. Gente seria que envía un mensaje de solidez, algo que Pedro Sánchez necesitaba imperiosamente». Incluso me dicen que una encuesta solvente que se publicará este fin de semana sitúa al PSOE como primer partido en intención de voto, en gran parte a costa de Podemos.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué Pedro Sánchez está asaltando el cielo?

Un diario suizo dice que Rajoy era una tortuga inmóvil.

El gran mérito de Rajoy era que aguantaba. Ha gestionado bien la economía, aunque la falta de mayoría le impedía ahora nuevas iniciativas. Impuso el 155 con sentido común, pero en Cataluña se repitió la mayoría independentista. La España de Rajoy estaba bloqueada y hervían aromas de protesta. Se vio el 8-M en el día de la mujer (el único país en el que hubo huelga y manifestaciones muy masivas) y en las movilizaciones de los jubilados. El serio y suizo Neue Zurcher Zeitung dice gráficamente -exagerado- que Rajoy «gobernó como una tortuga inmóvil, insensible e inaccesible». La alternativa era la neoderecha de Albert Rivera, con el himno de Marta Sánchez, que prometía desbloquear el conflicto con Cataluña aplicando más mano dura, lo que previsiblemente iba a ayudar al separatismo más extremista de Puigdemont y Torra.

Pero de repente, tras la sentencia de la Gürtel -recordemos que para los españoles la corrupción es el primer problema después del paro y mucho antes que Cataluña- Pedro Sánchez presentó la moción de censura. No tenía opción si no quería de facto dejar de ser el líder de la oposición y la sacó adelante sólo porque había una mayoría parlamentaria de noes a Rajoy y el PNV no quiso arriesgarse a unas posibles elecciones anticipadas tras haber votados dos veces (presupuestos y censura) a favor del PP. España quedó expectante y dubitativa. Rajoy tenía difícil seguir porque sólo lograba aguantar (no es poco), pero ¿adónde iría Sánchez con sólo 85 diputados? ¿Podría gobernar -y era conveniente que lo hiciera- con el apoyo de los independentistas y Podemos? ¿Íbamos hacia una situación todavía más inestable?

Pero el líder socialista ha dado la sorpresa con la formación de un gobierno que ha conseguido inspirar confianza. Al menos de momento. Un gobierno que descansa en la competencia técnica y en la diversidad de sus miembros y que es, al mismo tiempo, tanto un ejecutivo para gobernar como un buen cartel electoral. El nuevo gobierno gusta porque expresa en las personas elegidas una clara apuesta por Europa y la modernidad que contrasta con el aire algo viejuno del equipo de Rajoy. La media de edad del equipo socialista es incluso un poco mayor que la del que se marcha, pero nadie lo diría. Quizás porque el gran predominio de mujeres profesionalmente cualificadas llama la atención. Es un signo de querer sintonizar con el 8-M.

Otro rasgo es el europeísmo que va unido a una apuesta por una política económica solvente que pueda convivir bien con los aires de Bruselas (Comisión Europea), Francfort (BCE), Berlín (Merkel) y París (Macron). Es un gobierno del PSOE, pero con pocos apriorismos ideológicos. Josep Borrell en Exteriores, Nadia Calviño, la ministra de Economía que hasta ahora era directora general de presupuestos de la UE, que se mueve en Bruselas con la misma soltura que en Madrid y que ha sido saludada con alborozo por Ana Botín, y Luis Planas (Agricultura), hasta ahora secretario general del Comité Económico y Social de la UE y que fue embajador en Marruecos, son los máximos exponentes de esta orientación.

Hay mas cosas. Es un gobierno intergeneracional. Del PSOE militante hay ministros que trabajaron con Felipe González como Josep Borrell, la propia Margarita Robles o la vicepresidenta Carmen Calvo (ministra de Cultura con Zapatero) y otros más «sanchistas» como el secretario de organización socialista, José Luis Ábalos, el hombre para todo de Sánchez, que ocupa la cartera de Fomento, o la catalana Meritxell Batet (Administraciones Públicas), o Carmen Montón (Sanidad).

Grande-Marlaska, un juez próximo al PP, ministro socialista de interior.

Respeto a Cataluña el mensaje es doble: Nada fuera de la Constitución -o sin reforma de la Carta Magna según lo establecido, que requiere el consenso con el PP (Josep Borrell y Carmen Calvo, que negoció con Soraya el 155)- pero también promesa de «escuchar, dialogar y consensuar» como ha dicho Meritxell Batet. Se trataría de negociar y pactar algunos acuerdos concretos que acabaran llevando a un deshielo, pero teniendo en cuenta lo que piensan todos los catalanes, no sólo el 47% que vota separatista. Es la tesis del secretario del PSC, Miquel Iceta, algo más factible sin el mutuo bloqueo Puigdemont-Rajoy.

Pero quizás junto a la ampliación de las fronteras de género (el gobierno no es paritario porque hay 11 ministras y 6 ministros) y el europeísmo, sea la competencia profesional y cierta transversalidad, de aire macroniano, lo que mas ha gustado del nuevo equipo. La transversalidad impacta con el escrupuloso juez Fernando Grande-Marlaska (propuesto por el PP para el Consejo General del Poder Judicial) para la siempre delicada y clave cartera de Interior. ¿La policía en manos de un juez próximo al PP? La modernidad se refuerza con Pedro Duque, el astronauta, en el nuevo ministerio de Ciencia. Y la competencia está muy repartida: la fiscal Dolores Delgado en Justicia, la ministra de Hacienda María Jesús Montero que ha cuadrado los presupuestos andaluces, la ya citada Nadia Calviño y la nueva ministra de Educación, Isabel Celaá, que había desempeñado la misma cartera en el País Vasco y que además será la nueva portavoz.

En suma, a Sánchez le ha salido lo que parece un buen gobierno. Veremos lo que pasa las próximas semanas con el calvario de tener sólo 85 de los 350 diputados, pero España quizás -sólo quizás- puede haber pasado una página que había quedado atragantada. ¿Y el PP? De momento lame sus heridas y empieza a preparar el congreso de julio para elegir su nuevo líder. Todo apunta a Alberto Nuñez Feijóo, el presidente gallego que sabe ganar elecciones con mayoría absoluta y que parece muy poco tocado por los escándalos del PP nacional.