Michael Ende, nacido en 1929, fue uno de los escritores alemanes más populares del siglo XX. Cautivó a niños y adultos con sus extraordinarias historias fantásticas, como Momo (1973) o La historia interminable (1979), traducida a más de 30 idiomas y convertida en un éxito cinematográfico, en una adaptación rodada en 1984. El genial autor murió en 1995.

Yo tuve la inmensa fortuna de acercarme, literariamente hablando, a Michael Ende en la época en que era alumno de alemán en la Escuela Oficial de Idiomas de Elche. Por aquel entonces, se nos pidió que leyéramos Momo, cuyo título completo en versión original es Momo oder Die seltsame Geschichte von den Zeit-Dieben und von dem Kind, das den Menschen die gestohlene Zeit zurückbrachte (Momo, o la extraña historia de los ladrones de tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres). Como pueden comprobar, entre las muchas virtudes del pueblo alemán no se encuentra la capacidad de síntesis.

La novela, que al contrario de lo que se suele pensar no es en absoluto una historia para niños, también está subtitulada como Los hombres de gris. En sus páginas encontramos una profunda reflexión sobre cómo empleamos nuestro tiempo en las sociedades modernas. El argumento, en síntesis, es la historia de una niña, Momo, una pequeña sin techo que vive en las afueras de la ciudad, en las ruinas de un antiguo anfiteatro, pero que tiene un gran don: la capacidad de saber escuchar a la gente.

Cuando los hombres de gris, unos extraños vampiros del tiempo, se hacen con el control de la ciudad y de todos sus habitantes, la vida se vuelve estéril y aburrida, pues todo el mundo quiere ahorrar tiempo, para conseguir que le sea devuelto más tarde, con interés, y poder gastarlo. Nadie se da cuenta de la falacia que esto supone y solo Momo tiene la capacidad de hacerles frente.

Los acontecimientos acaecidos en España entre el lunes y el viernes de la semana pasada me han hecho acordarme de Momo, pues han sido un claro ejemplo de una óptima y de una mala gestión, no ya del tiempo, sino de los tiempos políticos. Rajoy y el PP los han manejado fatal y Sánchez y el PSOE, asesorados, según se dice, por un joven donostiarra al que no quisieron fichar los populares, han aprovechado el momento oportuno para dar un golpe de mano impecable desde un punto de vista estratégico. Que los socialistas tengan ahora capacidad para mantenerse en el gobierno más o menos tiempo ya será otra historia. Si no, siempre podemos hacer caso a Rafa Nadal, al que admiro profundamente en lo deportivo y en lo personal, e ir a elecciones anticipadas.

Sea como fuere, esta historia (la de Rajoy, no la de Momo, aunque también) nos lleva a la conclusión de que en política hay dos cosas fundamentales, a la par que íntimamente ligadas: el adecuado manejo de los tiempos y un equipo que te asesore, no que te adule, cosa que ocurre en los partidos con una estructura jerárquica piramidal, o sea, en todos mientras alguien no demuestre lo contrario.

Algunos pensarán que la disección que he realizado de este asunto ha sido un tanto frívola y superficial, pero coincidirán conmigo en que estos temas hay que tomárselos de una forma desapasionada. Rajoy ha estado lento y Sánchez ha estado rápido. Todo lo demás me lleva a la frase que en ocasiones pronunciaba mi suegra: «El que es calfe amb la política, és que és tonto».

Los líderes de las diferentes formaciones que se presenten a las elecciones municipales en Elche, cuando sepamos quiénes son, pues en la mayoría de los casos esa batalla aún no se ha librado, deben prestar mucha atención a esta historia (a la de Momo, no a la de Rajoy, aunque también). Si son inteligentes, se darán cuenta de que deben hacer exactamente lo que nos enseña la pequeña protagonista de la novela de Ende: dedicar el tiempo a lo que realmente importa y saber escuchar a la gente.

Gobernar una ciudad como Elche debería ser, en principio, sencillo, porque Elche es una ciudad de gente trabajadora y sensata. Basta con aplicar el sentido común, esforzarse, no mentir y tratar a los ciudadanos con el debido respeto para hacerlo con éxito.

En fin, como decía Jean de La Fontaine, «la paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza o la pasión».