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Como un soplo de aire fresco en un habitáculo donde ya no se podía respirar ha llegado el Ejecutivo diseñado por Pedro Sánchez en el que, en cierta medida, se ha recuperado el espíritu de los padres de nuestra democracia: profesionales de prestigio que aparcan sus carreras para dedicarse al servicio público en vez de arribistas que pretenden hacer de la política su modo de vida. Sujetos, estos últimos, de los que por desgracia ejemplos hay sobrados en todos los partidos y en distintas latitudes. Una apuesta que tiene aún más valor atendiendo a las circunstancias y los tiempos en que se ha hecho: a mitad de una legislatura y en el marco de un Gobierno cuyos apoyos tienen la firmeza de las arenas movedizas.

Cierto es que aún es pronto para lanzar las campanas al vuelo y que una cosa es el marketing y otra la eficacia, algo de lo que aprendimos mucho con Zapatero. Pero incluso en este momento en el que todo es posible, es de destacar que en la elección de estos 17 ministros se haya primado la preparación por encima del sectarismo y el sentido común frente a la revancha. Sin que se haya perdido de vista la imperiosa necesidad de volver a creer en la política como vía para resolver una buena parte de nuestros problemas en vez de buscar el efectismo de corto recorrido y bajos vuelos. Criterios que se han unido, conformando una argamasa, con el mensaje que miles de personas, hombres y mujeres, lanzaron el pasado 8 de marzo cuando sacaron a las calles añejas y nuevas reivindicaciones, frustraciones de años y, sobre todo, la firme determinación de luchar para cambiar las estructuras que impiden dar paso a una sociedad igualitaria. Como punto de partida no está mal. ¿Que además 11 de estos 17 ministros son mujeres? Pues miel sobre hojuelas.

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