No es muy aconsejable presionar al nuevo inquilino de la Moncloa con peticiones casi imposibles cuando se está poniendo en juego la estabilidad política y económica de España. Los hay quienes, en un afán desmedido por ser el primero en colocar la mesa petitoria, ya exigen volver a las políticas que agravaron una crisis económica que no previeron ni quisieron ver cuando la tenían hasta en las mismas puertas de su adosado. Y nunca mejor dicho.

Cuando quedan menos de dos años para que acabe esta legislatura y menos de uno para que se convoquen elecciones municipales y autonómicas, cuando el separatismo catalán y vasco aprovecha cualquier debilidad institucional del Estado para desestabilizarlo, cuando aún no está consolidada la recuperación económica y arrecian los tambores de una guerra comercial, cuando el modelo de solidaridad europea se tambalea por los populismos y nacionalismos más xenófobos y excluyentes, cuando todo eso pasa, van los más listos de la clase y piden derogar leyes que han permitido generar más empleo, que se les dé ya lo suyo prometido, que el botín del traspaso de poderes se reparta entre la clientela más afín, que los recursos económicos y financieros, que parece que ya son ilimitados, vuelvan a una mayor descentralización para gozo y disfrute de las haciendas autonómicas. Sin responsabilidad recaudatoria, naturalmente.

Y sin pensar que, el handsome de moda, el nuevo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tiene muy complicado poder gobernar sin unos apoyos más estables de los que cuenta, que son los ochenta y tres diputados que pertenecen a su partido, el PSOE. En el fondo, quienes le empujaron a la moción de censura que acabó con la etapa de Rajoy y que produjo una carambola inédita que le ha convertido en jefe del Gobierno en España, solo quieren que se estrelle él solito y en su soledad. No es nada extraño, forma parte de la genética de la política.

Quienes queremos lo mejor para nuestro país nada deseamos más que acierte y que las decisiones que de ahora en adelante vaya a tener que tomar sean aquellas que de verdad beneficien al conjunto de sus gentes y de sus pueblos. Lo que más debería importar en estos momentos no es exigir sin más el cobro de las facturas pendientes que dejó el gobierno de Rajoy y que no pudo o no quiso pagar en su momento, lo que de verdad importa ahora es ver qué piensa ahora del conflicto con Cataluña y cuáles serían las respuestas que ofrece para ir a una solución duradera. A continuación tendrá que poner por delante políticas económicas continuistas que consoliden la buena marcha de la economía y que la tendencia favorable a una mayor creación de empleo no se quiebre bruscamente.

Aparentemente, la pretensión de formar un gobierno de corte social liberal parece acertada. También lo es que haya miembros catalanes en su gabinete, su conocimiento de lo que allí ocurre y su talante progresista y dialogante podría ayudar a calmar los ánimos.

Habrá que esperar y ver si los hechos de unos y de otros nos van aclarando las numerosas dudas que aún tenemos.