Hace unos días se clausuró la gran exposición Sorolla y la moda que durante tres meses y medio se ha celebrado en Madrid, teniendo dos sedes simultáneas, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y el Museo Sorolla.

Se le ha dado preponderancia al retrato femenino entre 1890 y 1920, con algunas obras de colecciones particulares que nunca antes se habían visto, exhibiéndose a la par vestidos de la época vinculados a los que se contemplaba en los lienzos.

Con un interés que también ha despertado cierta polémica, se ha optado por mostrar algún cuadro no muy afortunado por su concepción cursi, debida a las exigencias del encargo, como el de La señorita Barrios con su gato. En otro, el de la famosa actriz Catalina Bárcena, uno de sus últimos, ya se observa esa cierta degradación de su vibrante color de siempre que acompañó al artista en los meses previos a su derrame cerebral que lo dejó inválido y que igualmente se observa en su cuadro postrero inconcluso, el de Mabel Rick, esposa del escritor Ramón Pérez de Ayala.

Una escapada a la capital de España para almorzar con el profesor de Literatura Pedro Ignacio López, autor de Azorín, poeta puro y Azorín y la música, y hacerlo en La Ancha, junto a la casa donde viviera y muriera el escritor monovero, calle Zorrilla nº 21, ya despertó pasiones culturales y gastronómicas compartidas con persona de tan fina sensibilidad intelectual.

Tras una visita obligada y gozosa al Museo Reina Sofía para analizar con detenimiento la tan esperada, justa y necesaria exposición sobre Eusebio Sempere, el generoso filántropo que sentó con la donación de su colección particular de arte del siglo XX a Alicante, las bases del actual MACA, llegó el culmen, visitar en días separados para asimilar tanto esplendor, las dos muestras de Joaquín Sorolla de la mano, el conocimiento y la voz serena de quien más sabe del soberbio maestro de la luz, su bisnieta Blanca Pons-Sorolla, todo un lujo, alma mater, entre muy diversa labor investigadora, del catálogo razonado del artista valenciano.

Preparada ya la siguiente exposición que se inaugurará el 5 de junio, Sorolla. Un jardín para pintar, podemos ratificar que está de moda, sigue estándolo como lo demuestra su arte imperecedero y el que desde el extranjero continúa reclamándose la visión directa de su obra.

Una cena vegana en Floren Domezain, solo rota por unas inevitables anchoas de Santoña, puso punto y final a una jornada donde uno siente el gozo del arte en su máxima expresión y la generosa sencillez de las personas grandes como Blanca que en mi vida he tenido ocasión de conocer, en contraposición con la prepotencia soberbiosa del mediocre con ínfulas.

Y hablando de Sorolla, a finales de este año y comienzos de 2019, se cumple el centenario de su estancia en Alicante para pintar el cuadro Elche. El palmeral destinado a la Hispanic Society of America de Nueva York y que paradójicamente realizara en el actual Parque Municipal de El Palmeral del paraje de Babel pues la capital ilicitana le quedaba lejos e incómoda y además padecía en toda su virulencia la epidemia de gripe de aquel tiempo.

Reitero la oportunidad que no puede dejar pasar el Ayuntamiento lucentino de celebrar esa efemérides, perpetuándola con la realización a color de un mosaico de azulejería que reproduzca ese cuadro, como ya hizo el pasado año la ciudad cacereña de Plasencia, donde también estuvo Sorolla pintando El Mercado, dentro de la misma serie de Visión de España que marchara a la ciudad de los rascacielos.

Una centuria después observamos cómo hay problemas que parecen perpetuarse en el tiempo y siguen estando de lastimosa moda pues Joaquín Sorolla muestra desde el Hotel Reina Victoria de la Explanada, en cartas a su esposa Clotilde García del Castillo, la preocupación que le produce la cuestión catalana.

El 3 de diciembre de 1918 afirma: «Pobre país, ahora los catalanes, mañana otra cosa?» Y el 16 del mismo mes: «Ya te supongo enterada de los desafueros de Barcelona y hoy de los de Bilbao? esto no va nada bien, es una desdicha de país?» Se refería a los enfrentamientos violentos entre catalanistas y españolistas en las calles de la Ciudad Condal tras el anuncio de la Mancomunidad de Cataluña de la proclamación del Gobierno Nacional Catalán si Madrid no respondía a sus reivindicaciones. Y además, de ahí la cita vasca, el diputado ultranacionalista Luis Urrengoechea, asomado a una terraza de la Diputación bilbaína, gritó viles y canallas a los guardias mandados por el gobierno central que custodiaban el edificio. Como vemos, nada nuevo bajo el sol.

No sé si será una quimera que una luz tan nítida y pura como la de Joaquín Sorolla ilumine a los que tienen que devolvernos el sentido común y de Estado, que de momento no es de buena esperanza.