Aquellos que no recordáis la tele en blanco y negro, quizás tengáis dificultades para acordaros de una de las series más laureadas de la historia de nuestra televisión. Hablo de El Hombre y la Tierra. Documentales dedicados a la naturaleza que, dirigidos por Félix Rodríguez de la Fuente, en la década de los 70. Recuerdo uno de los capítulos dedicados a la Sierra de Segura y Cazorla, y cómo el maestro Félix narraba: «Cuando comienzan a dorarse las hojas del quejigo se escucha ya en Cazorla la voz potente del venado. Ha llegado el episodio más fascinante en la serranía a lo largo de todo el año; -la berrea-. Machos con nuevas cornamentas y hembras buscan, para sus paradas nupciales, los calveros cercanos al pantano del Tranco. Los machos más fuertes y los mejores dotados de la comunidad cervuna, los sultanes, ponen orden en sus harenes».

Como dijo el poeta y escritor polaco Stanislaw Jerzym Lec: «Puedes cerrar los ojos a la realidad, pero no a los recuerdos»; el caso es que la moción de censura presentada por los socialistas me hizo recordar. Cuarenta años después había vuelto «la berrea», esta vez en la Carrera de San Jerónimo en Madrid. Sin fines reproductivos, sin paradas nupciales que diría Félix Rodríguez, desde muy temprano, el jueves 30 de mayo fueron llegando por las calles aledañas al Congreso de los Diputados los distintos rebaños, los distintos partidos políticos. Los cabezas de grupo, los sultanes, rodeados de su séquito, de sus harenes y con caras de preocupación se dirigían a una lucha sin cuartel en el edificio custodiado por dos leones. Pelea sin tregua, donde solo uno podría salir victorioso y, con la victoria, el Gobierno de España.

Mariano Rajoy, que lleva dirigiendo el rumbo de España más de seis años, es el macho dominante, es el macho a derrotar. Presenta, aunque desgastada, una potente cornamenta, la que otorga el poseer más del 33% de votos en las últimas elecciones. Sintiéndose intocable, el señor Rajoy pasea todo su poderío que se traduce en un discurso chulesco, arrogante, soberbio y déspota. Muy a su pesar, la palabrería no consigue que las miradas no se posen en su cuerpo lacerado por infinidad de cicatrices. Costurones que el pelo apenas cubre y que dibujan en su piel un penoso y vergonzoso pasado lleno de corrupción y repleto de hechos deshonestos y amorales. Todavía supuran las heridas producidas por Cifuentes y Zaplana, pero la que peor aspecto tiene es la producida por la sentencia de la Gürtel. La herida cerca de la yugular, mal cosida con pésimos argumentos y escusas pueriles, sigue sangrando y lo que es peor emite un desagradable olor a cloaca que imposibilita permanecer a su lado sin que las náuseas te invadan.

Mientras el macho desafiante, Pedro Sánchez, hace oír su intenso bramido apoyado en un discurso sosegado, bien estructurado, a veces elegante, a veces mordaz e incluso permisivo. Pero no siempre quien golpea primero golpea dos veces. Sánchez sufre las embestidas de su pasado no muy lejano. Estacazos en forma de líneas rojas, aquellas que él mismo juró que jamás cruzaría y que ahora al ignorarlas se revuelven contra él golpeándole de forma inmisericorde. Aun así, el dirigente socialista aguanta y sabiendo que su oportunidad pasaba por convencer a buena parte del rebaño, se propuso hablar hasta con el mismísimo diablo con tal de arrancar a Mariano Rajoy del sillón del poder y así lo hizo. Todos los sultanes, lo machos, se vieron en la tesitura de mantener al señor Rajoy o jubilarlo para las funciones del Gobierno de la nación. Sin duda alguna se decantaron por la segunda opción, dando la espalda al partido popular. Todos menos el señor Rivera.

El resultado de esta «berrea» en forma de moción de censura ya no es interpretable, es un hecho. El PSOE está al frente del Gobierno de nuestra nación. Mariano Rajoy, el macho dominante hasta ese momento, y ante la incapacidad de encajar una derrota inevitable, optó por huir rodeado de sus incondicionales habituados a su hedor, a prados más cercanos a comer, beber y lamerse las heridas. Mientras organiza el traslado a la Moncloa, el macho ganador comienza a ser consciente de que gobernar no será precisamente un camino de rosas. Tendrán que trabajar a «cara de perro» como un cánido más. Sabe que el tipo de ayuda que obtendrá del resto de los partidos lo volverán a decidir las líneas rojas que pronto todos le marcarán. Entre caja y caja de mudanza seguro que le gustaría cambiar su cornamenta por un par de buenos colmillos como los que calzan los lobos.

Lobos, qué buen capítulo el de El hombre y la Tierra.