Ha sido un honor y he estado encantado de prestar mi nombre durante siete años a la peña barcelonista de Alicante que ahora ha decidido disolverse por la falta de socios como razón principal y por la cuestión política de Cataluña como motivo secundario. Las cosas de la vida son así y a mí me toca seguir ahora con mis anhelos personales y futbolísticos: que el FC Barcelona continúe ganando.

Mantengo intactas toda mi identificación y mi pasión por ese club y esa ciudad, en la que nació mi hijo mayor y siempre me trataron de forma excelente. Me siento muy barcelonés y muy del Barça. Para mí no hay mejor monumento que la Sagrada Familia, ni mejor paseo en el mundo que las Ramblas.

También es cierto que, en lo que afecta a la directiva de la entidad y su gestión, hay decisiones que me gustan y otras no tanto, pero tengo claro que si quisiera cambiar la «hoja de ruta» y el rumbo institucional del club, debería presentarme a las elecciones para someterme al criterio de los socios.

No me gustó, por ejemplo, el amago de suspender el partido de Liga en el Camp Nou frente a la UD Las Palmas el pasado mes de octubre a raíz de los incidentes del referéndum del 1-0. De hecho, me molestó mucho aquello, pero es necesario subrayar que con una masa social tan grande como la tiene el Barcelona, con seguidores repartidos por todo el planeta, es imposible satisfacer y contentar a todos ellos. Siempre habrá simpatizantes azulgranas que discrepen con las decisiones de la directiva. Esa grandeza universal, esa gran capacidad planetaria de convocatoria son una ventaja para el club, pero también tiene estos inconvenientes.

Es imposible agradar todo el tiempo a todo el mundo y comprendo que algunos socios se pueden haber sentido incómodos con la situación política en Cataluña, pero yo seguiré yendo siempre que pueda a Barcelona y al Camp Nou para devolver el mucho afecto que he recibido allí y para seguir cantado muy alto: «¡Força, Barça!».