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San Isidro en clave de Hogueras

Ya lo decía Ortega y Gasset: si usted quiere hacerse una idea de cómo está España, solo tiene que asomarse a una plaza de toros. Porque esta fiesta es la fiesta de la democracia, pese a quien pese. Quizá sea el propio germen de este liberalismo participativo en la piel de toro, con su idiosincrasia particular y sus contradicciones intrínsecas. Cuesta trabajo entender y, sobre todo, asumir algunas sinrazones, pero, como diría el castizo, España y yo somos así, señora. Y esa misma paradoja de la nación de naciones propicia que ocurran cosas como la última moción de censura en el Congreso de los diputados o que se corten orejas y se abra la puerta grande del cielo de Madrid por obra y gracia de la mayoría. Grandezas y miserias que irritan a quienes se creen con la verdad absoluta y ennoblecen a quienes asumen el lado oscuro de la luna.

Así son las cosas. En lo político, en lo social, en lo televisivo y en cualquier ámbito que se precie. También en el taurino, cómo no. Y ahí se ha vivido lo que bien se puede llamar evolución, involución, grandeza o miseria de la tauromaquia. Con Madrid como epicentro. La polémica ha vuelto a encender a los defensores del santo grial del toreo con la consagración de héroes apócrifos, personajes espurios aupados por la plebe cuales becerros de oro, mientras el aficionado cabal, el de toda la vida, ese «afisionao» de cuna y rancio abolengo, debe de tragar con la nueva religión aun conociéndose al dedillo las tablas de la ley táurica, cada uno, a su manera, como Moisés redivivo. Es un choque de creencias, y ya se sabe que ahí no hay razón que valga para llegar al entendimiento.

Este San Isidro está teniendo de todo. Cumplida cuenta se ha dado desde estas páginas de las actuaciones de Manzanares, con el balance final de una oreja ante uno de los astados más propicios de cuantos han saltado al ruedo venteño. Luego ha habido puntos álgidos que han animado las tertulias de bar y también de las redes sociales. Sin poder dar cuenta de todo, hay algunos que no podemos obviar. Como esa intransigencia de ciertos sectores con la corrida de Dolores Aguirre. ¿Es que nunca antes se ha lidiado un encierro manso de solemnidad de los hierros preferidos por las figuras? La existencia del toro bravo exige, por complementariedad, el toro manso. Lo que no debe caber es el toro aburrido, soso y ayuno de sensación de peligro. Si a cada «juampedrada» o mansada del encaste de moda se hubiera pedido el matadero como sentencia para el hierro culpable, el campo bravo ya casi no existiría. Al menos, la de Aguirre no perdió la emoción, tan fundamental.

En cuanto a los toreros, nos quedaremos con un repaso sucinto de aquellos a quienes veremos en las próximas Hogueras. Salvo Ureña, que sufre una lesión lumbar que le tiene en el dique seco. Por ir en orden sanjuanero, el valenciano Román bajó en algo el diapasón importante de los últimos tiempos, con enganchones y desacoples la tarde del 17. Sebastián Castella, por el contrario, revaloriza su presencia tras una puerta grande el día 30 tan emotiva como de escasa rotundidad en cuanto a toreo. Igual de encarecido sale Alejandro Talavante, con una puerta grande el 25 de mayo (importante detalle de ir a sustituir a Ureña) y, sobre todo, una faena maciza el 16. Roca Rey ha confirmado su dimensión a pesar de la mala elección en los hierros y a la peor mano en los sorteos. A Ponce se le vio poco por el escaso poderío de su lote de Garcigrande, y Cayetano, sin embargo, sale de la isidrada relanzado gracias a su personalidad y torería, a pesar de la precariedad en la técnica.

Mención aparte merece el faenón del Juli al bravo y encastado «Licenciado» de Alcurrucén, el toro de la feria hasta ahora, sin duda. Se vio al Juli más rotundo, dominador y lidiador. Con qué emoción embistió el colorado «núñez», y con qué mando lo cuajó el torero madrileño. Inconcebible que se tirara a matar de tan fea manera. Habría sido la consagración que ya no necesita. Ojalá entre todos enciendan de verdad la traca fogueril.

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