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Josefina Bueno

Rectoras, un movimiento imparable

Cuando accedí al cargo que ocupo en el gobierno de la Generalitat Valenciana, solía compartir en las redes sociales fotos de eventos en el ámbito universitario. Se trataba de inauguraciones y otros actos académicos en los que la presencia masculina en el palco de autoridades era, si no exclusiva, mayoritaria en numerosas ocasiones. No faltaban entonces comentarios acerca de cómo era posible que el mundo académico se encontrara tan alejado del mundo real, que está compuesto por hombres y mujeres. Cómo explicar que la universidad es una institución plurisecular, en la que la jerarquía y el poder han ido asociados a hombres, y que no ha sido ajena a las estructuras todavía vigentes en la sociedad actual. La universidad sufre aún hoy la herencia del acceso tardío de las mujeres. Hace sólo 35 años que Elisa Pérez Vera, fue la primera rectora de este país, gobernando la UNED entre 1982 y1987; sólo una mujer, Adelaida de la Calle, rectora de la Universidad de Málaga, ha presidido la Conferencia de rectores (CRUE). Sólo contamos con un 21% de catedráticas de media en la universidad española. Tampoco llegan a un 30% las mujeres que son investigadoras principales, ya que uno de los momentos de plenitud de la carrera investigadora coincide con la posibilidad o la opción de formar una familia que supone un esfuerzo a pesar de las crecientes medidas de conciliación.

En 2015, de las nueve universidades valencianas -cinco públicas y cuatro privadas- sólo una mujer, Rosa Visiedo, estaba al frente de la Universidad Cardenal-Herrera CEU. Hoy, contamos con cinco rectoras al frente de las universidades de Valencia, Jaume I de Castellón, Universidad Cardenal Herrera-CEU, Universidad Europea de Valencia y Universidad Internacional valenciana (VIU). Las universidades privadas y las públicas no se rigen por los mismos criterios. En el caso de las privadas, el consejo de administración elige al rector/a, y en las públicas, la comunidad universitaria lo elige por sufragio universal ponderado, entre candidatos que han de tener la condición de catedrático de universidad. En cualquier caso, las universidades privadas han confiado mayoritariamente en mujeres para representar a su institución, y las universidades públicas han elegido recientemente, casi simultáneamente, a dos rectoras, Mavi Mestre y Eva Alcón después de 500 años de vida en el caso de la Universitat de València, y de 26 años en el caso de la Universitat Jaume I. Tal vez no se trate de un hecho baladí y exceda el ámbito estrictamente académico.

Cada vez más universidades buscan la paridad en el equipo rectoral, y previsiblemente cada vez serán más las vicerrectoras que optarán a alcanzar el puesto de mayor responsabilidad en la universidad española. Este movimiento no garantiza nada a priori, pero sin duda revela que las mujeres «han perdido el miedo a presentarse» como asegura Pilar Aranda, rectora de la Universidad de Granada porque también la comunidad universitaria y la sociedad lo demandan. Si se trata de gobernar una institución a la que acceden un 54% de mujeres, si las mujeres han dado un paso al frente para salir de la condición de subalternas, reivindicar una mayor presencia social, y más igualdad de oportunidades, no es aceptable que de las 76 universidades del país -50 públicas y 26 privadas- sólo 14 estén gobernadas por mujeres. Los tiempos cambian, y en este caso para bien. Ana Botín, presidenta del Banco de Santander, se ha definido como «feminista», y aprovechó la Conferencia de rectores de Universia para defender que las mujeres merecen «más sitio», más presencia en los órganos de poder, abogando incluso por la discriminación positiva. Su objetivo es que en 2015 el 30% de los puestos directivos de una organización como el Santander sean mujeres. ¿Por qué no reclamar un objetivo parecido en el ámbito científico y académico? Al igual que hemos establecido unos objetivos de futuro para la inversión en Ciencia, deberíamos apostar por un conocimiento más inclusivo que contemple la igualdad de oportunidades. La Universidad es un espejo en el que se refleja el conocimiento de un país, y sigue siendo el instrumento más potente para el progreso y la mejora de las sociedades.

El pasado 16 de mayo, un manifiesto de más de 50 académicos impulsó una plataforma #NoSinMujeres que llama a no acudir a foros o mesas de debate que no cuenten con mujeres. El objetivo es que se cumpla la Ley de igualdad. La iniciativa, que cuenta con más de 600 adhesiones, ha sido muy aplaudida. El periodista Joaquín de Estefanía y el catedrático Javier de Lucas se han negado a asistir a eventos que no contaban con ninguna mujer entre los invitados. En el caso de Joaquín de Estefanía, la negativa ha obligado a modificar el panel para incluir a una mujer. Esta iniciativa simbólica es importante porque supone que algunos hombres han decidido romper también con esa inercia que hace que, no se sabe por qué extraña razón, muchas mesas y foros presenten una anormal y abrumadora presencia masculina. Iniciativas como ésta se suma a otras muchas que las mujeres han protagonizado en la vida política de nuestro país en los últimos tiempos. Esta fuerza, que emana de un cambio social, ha salpicado a las universidades que ya no pueden mirar para otro lado ante esta realidad. Con mayor o menor ritmo, el movimiento es imparable y las rectoras han venido para quedarse y, sobre todo, para sumar.

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