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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

Periodismo veraz, el otro y lo que no es periodismo

El periodismo es una profesión nada agradecida, ni por parte de quienes pagan las nóminas ni por los que en teoría son su público objetivo: ni pasta ni relevancia social. Como mucho una calle que le ponen a alguno cuando se muere, si en sus escritos ha molestado poquito a los poderosos, o a otros cuyos merecimientos exceden la racanería de los ediles. Es más, creo que los que la ejercemos somos unos románticos incorregibles, los últimos boy-scouts de una forma de ver la sociedad, porque creemos que los malvados pagarán sus culpas (y en esta vida no en el Otro Mundo).

En realidad, y en contra de lo que figura bajo mi nombre, yo, como mucho, soy periodista emérito porque dejé el día a día de un periódico hace tropecientos años y sin vivir la redacción no es lo mismo. Es verdad que tengo el título, el carné y pago mis cuotas a la Asociación de la Prensa, pero más bien soy opinador y Abuelo Cebolleta, ambos oficios desempeñados a nivel facultativo en la acepción 5 y 6 del Diccionario de la RAE, eso sí. El caso es que tras la entrada en el talego de Eduardo Zaplana, mis amigos y conocidos que no son del oficio se han lanzado a tirar cuchillos contra la prensa en general y contra mí en particular, a cuenta de que a muchos no nos sorprenda para nada la historia si bien tampoco la publicamos.

No digo que en parte no tengan razón, de hecho yo dejé las redacciones cuando me convencí de que entre lo que sabía y lo que podía publicar había un desfase del ochenta por ciento, si no más. El problema es que mis amigos han hecho un «totum revolutum» con la prensa, de forma tal que les da lo mismo un bloguero, el chiquito al que por primera vez han dado una alcachofa para una encuesta callejera, la tertuliana de «Sálvame», alguien que cuelga un tuit, el periodista de investigación, el periodista de fabulación o un respetado columnista (como es el caso de su amigo aquí presente y de algunos otros que cuentan con mi respeto y admiración). O incluso el que dice que es periodista porque en alguna hoja parroquial le dieron otrora un cacho página que emborronó.

No quiero ponerme exquisito con la necesidad de requisitos excesivos para ser denominado periodista, al fin y al cabo por mucho que nos duela a los profesionales tampoco somos neurocirujanos que necesitan una acreditación seria para no cargarse a los pacientes. Ya se me pasó la época reivindicativa en la que miraba por encima del hombro a quien no poseía la titulación adecuada y desde luego soy bastante poco corporativo con el gremio, que hay alguno con todos sus diplomas que da espanto. Pero hay una prueba del nueve para conocer si uno es periodista o no: la credibilidad, intentar hacer todos los días un periodismo veraz. ¿Pueden colártela?, pues claro, pero si pones las suficientes barreras y compruebas bien los datos hay más posibilidades de encontrar la verdad, que tampoco es que sea un concepto esculpido en piedra, pero mejor es algo que nada.

Y dentro del periodismo veraz existe algo que se llaman pruebas. Volviendo al caso Zaplana, ¿ustedes se creen que un periodista de verdad puede publicar algo sin tener datos fehacientes? ¿Se puede llamar a alguien asesino sin haberle pillado con la pistola humeante en la mano? Yo creo que no, y es cierto que encontrar pruebas de desfalcos, corrupciones sobre-cogedoras, prevaricaciones y delitos de cuello blanco es muy difícil, hay que mover Roma con Santiago, encontrar testigos, documentos, conexiones. Si los jueces lo tienen crudo, y poseen la autoridad y a la policía judicial, a un simple periodista le resulta casi imposible conseguir verificaciones. Así y todo algunos periodistas han conseguido cerrar y publicar brillantes piezas de investigación y obligado a la Justicia a tomar cartas en el asunto, por más que fueran escépticos al principio. Pero no es nada sencillo, créanme.

Un rumor no es una noticia; un cotilleo, tampoco. Una insinuación sin pruebas es constitutiva de delito y debería ser tenazmente perseguida por poner en riesgo la honorabilidad de las personas (aunque no la tengan). Naturalmente que cualquier periodista de la Comunidad Valenciana tenía sospechas sobre Zaplana, y casi desde el principio de su carrera política, que las grabaciones eran muy significativas, el caso de la tránsfuga Maruja también y lo que se movió después en Valencia alrededor de empresas públicas, adjudicaciones, proyectos temáticos y tal resultaba de todo menos transparente. Y que el nivelazo de vida que llevan algunos excede de cualquier sueldo honrado que se pueda ganar, incluso aunque Telefónica te pague una «morterá» por colgar tu cabeza disecada en la Sala de Juntas.

Todo junto hace sospechar que el trigo no es demasiado limpio, pero si el periodista no puede probarlo, no encuentra ni un papelín en que fundamentar sus acusaciones, cualquier director serio le tumbaría el artículo. A) por no ser veraz y B) para que no empapelen al medio por libelo y difamación.

Ya sé que es duro saber, porque te lo han confirmado muchas fuentes, y no poder escribir de ello, pero así es la vida. Y por eso soy periodista emérito desde hace una eternidad.

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