No sé qué pensaría hoy el británico Alexander Graham Bell, que era tenido como el inventor del teléfono y el primero que lo patentó en 1876, cuando se enterase que, en el año 2002, el Congreso de los Estados Unidos lo desposeyó de lo primero en favor de Antonio Mencci, el cual al parecer hizo lo propio en 1860. Digo qué pensaría, no sobre ello, sino al ver a todas las gentes del mundo (incluso mendigos e indigentes de los que piden limosna y fuman tabaco rubio) portando en su mano un pequeño artilugio llamado móvil o celular en algunos países que les resulta imprescindible su uso, para asuntos tan tontos como preguntar a otro dónde está y le conteste, «delante de ti, ante tus narices», o bien sufriendo los mensajes tan necios e inoportunos de los grupos de WhatsApp que como una ráfaga de ametralladora te acobardan para decirte que el sol ha salido en su ciudad, añadiendo unos qué bonito es el sol de su pueblo, y otros diciendo que hoy está nublado y no se aprecia el Astro Rey.

Dicho esto, deberíamos reflexionar sobre el uso, bueno o malo, de estos aparatos que la ciencia de la comunicación nos ha brindado y que se alejan de aquellos anti diluvianos de los que hemos conocido algunos ejemplares hace décadas, antes de los automáticos que iban a través una centralita manejada por una operadora que, incluso, si cuando no atendían la llamada en el número que habías pedido, te tomaba el recado para que después te contestaran. Así como, en las que para hablar fuera de la ciudad tenías que pedir una conferencia, que la mayor parte de las veces estaban condicionadas a demora de una, dos o más horas, abandonando entonces la central telefónica y regresando después del tiempo transcurrido para poder hablar.

Eran aquellos inicios de la telefonía, de la que recordamos la central en la calle Alfonso XIII de Orihuela, frontera a la Sastrería de mi abuelo materno, Luis Pérez Miralles. Pero, poco a poco, el progreso de la inventiva fue acercando más automáticamente la comunicación a través de la voz. De hecho, una de las primeras iniciativas de Mateo Gil Muñoz, tras ser efectivo su nombramiento el 5 de mayo de 1959, como presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Orihuela fue iniciar las gestiones para dotar a la ciudad de la telefonía automática, estando acompañado en este empeño por el vocal de dicha Institución Ramón Meseguer Irles.

De mayo de aquel año de 1959, hasta la inauguración de este servicio, en 1966, la Cámara de Comercio e Industria emprendió una serie de acciones. Entre ellas, la de potenciar el número de solicitudes de abonados, ya que en ello se veía una manera de propiciar la instalación del teléfono automático. Incluso, la Cámara se prestó a que desde sus oficinas se tramitasen las peticiones.

Tres años antes, la Compañía Telefónica adquirió el solar para la central automática en la Plaza de San Sebastián. Al año siguiente, 1964, la citada Cámara solicitaba formalmente la puesta en funcionamiento lo antes posible, y el 30 de noviembre de 1966 felicitaba a la Compañía Telefónica Nacional de España por la implantación del teléfono automático que, en principio su servicio fue a nivel provincial y poco después con Murcia, Cartagena y Lorca.

Así, prácticamente, iba quedando en olvido aquellas centralitas y operadoras a través de las cuales solicitabas el número del abonado con el que deseabas hablar. También quedaba lejano el año de 1914 en que se instaló el teléfono en Orihuela, de lo que trataremos a la próxima. De momento, adelante con el imprescindible móvil o celular y a seguir sufriendo a través del WhatsApp con la información de cómo brilla el sol en cualquier pueblo.