Solapándose con la trascendental sesión en el Congreso de los Diputados, Zidane anunció una comparecencia imprevista en Valdebebas y en ella, sintéticamente, dijo que se iba. ¿Qué ha llevado al mago que consiguió nueve títulos, nueve, en dos años y medio escasos, a renunciar al cargo, sorpresivamente para muchos? ¿Por qué el hombre de moda en los banquillos renuncia al puesto después de lograr tres Champions consecutivas y tener en el horizonte (Tallin) su décimo título, la Supercopa de Europa, el 15 de agosto? Zidane puede que lo haya ido desgranando entre líneas, y entre elegantes sonrisas evasivas, durante los últimos tiempos. Sabe que el gran Cristiano puede haber alcanzado cumbre, e intuye que su posible decadencia no será fácil de gestionar en un futbolista de ese «caché» y con su conocido ego. Eso si se queda, porque si se va y entra en juego la «operación Neymar» para asear las cuentas ante la UEFA del Paris Saint-Germain, personalmente creo que lo ve bastante peor. Aguantar, soportar, sufrir o encajar cumpleaños, viajes a demanda a Brasil, tois, fiestas, y entrenamientos a voluntad del crack puede desbordar la acreditada paciencia de Zizou. También instalar el malestar entre los demás miembros de la plantilla, lógicamente peor pagados y más exigidos. O sea, la tormenta perfecta que el francés ha decidido evitar no sacando su barco de puerto.

Sumen a ello un Bale que deslumbra sólo por momentos, pero que ya reclama (inoportunamente, como Cristiano) más protagonismo para quedarse, un Modric que a sus 32 años tendrá que dosificarse cada vez más y la ausencia de otro goleador de calibre, además de CR7, que ponga sobre la mesa más de veintitantos goles por temporada. Benzema no lo es pese a su partidazo en Kiev. Todo ello puede haber llevado a Zidane a dar este paso, con su sonrisa elegante, pero anticipando las nubes que todavía algunos no han querido ver.