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Matías Vallés

Luis Bárcenas liquida a M.Rajoy

El debate transcurrió entre los gestos antisistema, tales que colocar el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría sobre el sillón sagrado del presidente del Gobierno, y las acusaciones de «fascista» vertidas por Pablo Iglesias sobre Albert Rivera. Esta dispersión exige regresar a las verdades nucleares: Luis Bárcenas ha liquidado a M. Rajoy.

El presidente del Gobierno, ahora desalojado a empellones, propulsó primero a Bárcenas a tesorero y senador. Cuando Baltasar Garzón empezó a investigar Gürtel, el PP logró expulsar al magistrado de la judicatura, y se cobró asimismo la destitución del entonces ministro de Justicia. Rajoy defendía que no había pruebas ni las habría contra su íntimo tesorero, remedando a Felipe González en los Gal.

Al recrudecerse la tormenta, Rajoy se escudó en el «todo es mentira excepto alguna cosa», o en denunciar una trama «contra el PP, no del PP». El presidente del Gobierno marcaba distancias, al tiempo que torpedeaba la investigación. Ahí está la destrucción previa de los ordenadores remitidos a la Audiencia Nacional. Se pretendía demostrar quién manda aquí, en el episodio más siciliano de la política española reciente.

Rajoy presidía el partido y el edificio donde se castigaba a los ordenadores a martillazos. Perseveró en esta actitud al ser citado como testigo del juicio de la Gürtel. Aunque se le colocó en un estrado por encima del tribunal y se le toleraron sus gracias, era evidente que solo La Moncloa le libró de comparecer con otra categoría procesal.

Rajoy pensó que podía menospreciar a los jueces sin consecuencias. Nunca imaginó que su nombre aparecería en la sentencia, una presunción lógica en un político que desprecia la transparencia. El fallo lo acusaba de mentir como testigo, aunque se libraba de persecución en un país que no castiga el perjurio pese a su obsesión con el honor. Se acusaba al PP al completo de «corrupción institucional», y se daba por sentado que la cúpula popular había cobrado los célebres sobresueldos, empezando por el misterioso M. Rajoy.

El chasco judicial ocurrió el jueves 24 de mayo. Aplicando su experiencia previa, Rajoy pensó que el escándalo se desvanecería al lunes siguiente. Sobre todo, si el Madrid ganaba la Champions el sábado. No contaba con los reflejos que exhibiría extrañamente el PSOE, apadrinado por el préstamo de los 71 diputados de Podemos.

La revista satírica The Onion tituló la proclamación de Obama con un humanitario «Estados Unidos le da el trabajo más duro del país a un negro». El epígrafe traspasa su validez a la moción de censura en el Congreso. Un ciudadano de la calle, ni siquiera un diputado, se queda con el empleo más endiablado que cabe imaginar. De acuerdo con los críticos, sus apoyos recuerdan al reparto de Doce del patíbulo.

En octubre de 2016, un tal Pedro Sánchez renunciaba a su escaño tras ser apaleado por su propio partido. La plaza de parlamentario no puede recuperarla, pero está a punto de llegar a la cámara por elevación, con el rango de presidente del Gobierno. Como mínimo, se ha sometido a tres reinvenciones. Algunas mañanas debe despertarse sin saber quién es.

En la novela negra aprendimos que los crímenes antiguos siempre vuelven de la tumba, para perseguir a sus autores. Cuidado con los cold cases o casos irresueltos. Rajoy pensó que podía burlarse de todo el mundo todo el tiempo, pero se olvidó de enterrar bien a Bárcenas.

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