Podría iniciar contando la detención estos días de un tal Ramón María del Valle-Inclán por haber escrito en una obra teatral un diálogo en el que Max Estrella le dice a un «paria», un anarquista catalán que, como él, está encerrado en un calabozo del Ministerio del Interior: «Yo (a Barcelona) le debo los únicos goces en la lobreguez de mi ceguera. Todos los días, un patrono muerto, algunas veces dos... Eso consuela». No sé si la detención de escritor se produciría por «delito de odio» o «enaltecimiento del terrorismo», pero para el poder (desde el ejecutivo a una parte del judicial) habría sin duda motivos para que don Ramón diera con sus huesos en una comisaría y luego en la cárcel, acompañado por raperos, actores, cómicos y otras gentes de mal vivir.

Estamos llegando sin duda a la persecución de las palabras que, por mucho que puedan doler o molestar, son sólo palabras. Lo de Valle-Inclán y los patronos muertos no es más que el reflejo de un clima social en una obra, Luces de Bohemia que, como sabemos, se publicó por entregas en 1920 en la revista España, aunque la versión definitiva, la que contiene la escena con la que iniciado, es la de 1924. A «los patronos muertos» el poder oponía el terrorismo de Estado, que no la justicia, y eso se quiere denunciar en esa obra. El final de esa peripecia es cuando Max Estrella oye, en los actos sucesivos, que un preso ha intentado huir y se le acaba de aplicar la «ley de fugas» y concluye: «... ¡Me muero de rabia!... Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin... No le asustaba, pero temía el tormento... La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de España».

Escandalizó a algunos aquel giro radical de quien llevaba a una sociedad entera a pasear ante los espejos cóncavos del callejón del Gato, para que la imagen de los héroes clásicos se deformara en esperpento al proyectarse en ellos, porque sabía que «el sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada».

Es ya sensación de hace tiempo. Nos hemos recitado tantas veces Luces de Bohemia que parecía sólo un juego estético que nos evocaba un pasado y no podía llegar de nuevo al presente. De nuevo «el sentido trágico de la vida española»... sin comenzar la tragedia, menos mal, porque parece que seguimos en un tiempo de reiteración de pasado que tantas veces todavía parece comedia. Este país, España, con detenidos por rapear, o decir, o proclamar frases que escandalizan a los poderes que no quieren oírlas.

En la obra de la que estoy hablando, Max Estrella proclama con su propio final cercano que «España es una deformación grotesca de la civilización europea»; pero no se escandalicen, no, sobre todo en estos tiempos en los que Europa es también «una deformación grotesca de la civilización europea», o de la civilización que pensábamos que podía ser la europea. Pienso estos días en la Italia que tanto quiero, con todas sus deformaciones actuales y sus más que deformaciones (un día me ocupo de ellas); pienso en la Europa que tan nutritiva parece ha sido en su lección cultural, social y moral, y ahora en pleno auge de nuevos fascismos, en el crecimiento de la xenofobia y, en ese Mediterráneo -tumba de migrantes al que algunos poderes nos quieren acostumbrar. Pienso en todo esto y me da vergüenza, y otras veces impotencia y siempre rabia.