Tras muchos años de silencio obligado por el franquismo, con el regreso de la democracia a España en 1978 se comenzó a deshilvanar, poco a poco, el entramado de mentiras, medias verdades y tergiversaciones que el aparato propagandístico de la dictadura puso en marcha para tratar de borrar de la historia de España el recuerdo del corto tiempo de libertad que supuso la II República. Fruto de ese esfuerzo amnésico que el franquismo trató de imponer en la Comunidad Valenciana, última zona de España en resistir a un ejército de Franco apoyado por la Alemania nazi y la fascista Italia, fue el silencio que se impuso sobre el bombardeo del mercado de Alicante ocurrido el 25 de mayo de 1938, con un resultado aproximado de más de trescientos muertos y cuyo ochenta aniversario se conmemoró el pasado viernes.

Aquellos pocos lectores de entre los más de doscientos veinte mil lectores que tiene todos los días el diario INFORMACIÓN que lean mis escritos cada viernes - reunidos desde hace ya tiempo bajo el epígrafe de El ojo crítico- saben que responden sobre todo a dos objetivos: dar voz a los que no la tienen y rescatar del olvido sucesos que merecen ser sabidos y recordados por las nuevas generaciones de habitantes de Alicante, nacidos o no en esta ciudad. Y digo esto porque si hay algún hecho del pasado que merece ser recordado es el del infame bombardeo -apoyado y autorizado por el general Franco- que la aviación italiana llevó a cabo sobre una ciudad indefensa y alejada del frente y, más en concreto, sobre un mercado cuyos responsables del bombardeo conocían con exactitud los días de mayor afluencia de compradores gracias a los informes que los partidarios franquistas integrados en la Quinta Columna hicieron llegar a los estrategas militares del ejército franquista.

Más allá de la matanza que produjeron las dos oleadas de bombas que dejaron caer a placer los aviones, el bombardeo tuvo dos objetivos. En primer lugar, provocar la desmoralización y el terror en la retaguardia del ejército republicano que gracias al sacrificio y a la unión de la sociedad alrededor de una idea justa y necesaria -la lucha contra el creciente fascismo en la Europa de los años 30- había conseguido frenar el avance del ejército franquista a pesar de la masiva ayuda de armamento que Franco recibió de Hitler y Mussolini. En segundo lugar, un acto de venganza contra la ciudad donde estuvo encarcelado José Antonio Primo de Rivera y donde fue fusilado tras un juicio en tiempo de guerra.

En realidad Alicante sufrió muchos otros bombardeos que si bien al principio de la guerra civil se circunscribieron a fábricas y a objetivos de posible interés militar, pronto se extendieron al centro de la ciudad. Ciudades como València y Barcelona también sufrieron una campaña de bombardeos por parte del ejército franquista que formó parte del plan de exterminación que Franco y sus principales colaboradores tenían preparado para lo que llamaron «la canalla roja».

Gracias al trabajo de asociaciones de ciudadanos de Alicante, del esfuerzo individual de muchos de ellos y, sobre todo, del trabajo de algún concejal socialista de la anterior legislatura municipal se ha recuperado en los últimos años, como decía al principio, la memoria de la devastación que el franquismo trajo a Alicante una vez acabada la guerra. El escritor Max Aub en su libro Campo de los almendros y Manuel Signes en su novela Tras los pasos de Barrabás dejaron testimonio por escrito de los últimos días de la guerra en Alicante cuando en su puerto se reunieron, esperando un barco que les sacara de allí, los últimos partidarios de la República. Muchos de ellos se suicidaron en los mismos muelles del puerto disparándose o cortándose el cuello.

El manto de silencio que el Partido Popular de la Comunidad Valenciana trató de imponer sobre el bombardeo del mercado de Alicante, obstaculizando incluso el hecho de que se colocase una sencilla placa con una explicación clara de lo que pasó, fue deshaciéndose con el paso del tiempo ante la clamorosa injusticia de su existencia y por la necesaria reivindicación de la memoria de todos aquellos que se dejaron la vida en el bombardeo, un asesinato múltiple y premeditado que presagiaba la intención de conseguir la destrucción total de Europa que la Alemania de Hitler -aliada de Franco y sus seguidores- trataron de llevar a cabo pocos años después. Sin embargo, la actual Unión Europea consiguió germinar en la camaradería que existió entre los presos de distintas nacionalidades encerrados en los campos de concentración nazis. Y a pesar de la represión, las cárceles y los fusilamientos masivos, aquellos cientos de personas que esperaron en el puerto de Alicante un barco que les salvase de una muerte casi segura -un barco que nunca llegó- el último día de nuestra guerra civil, su desesperación y su fe en una España libre y justa fueron el primer paso para llegar a nuestra actual democracia.