Habitualmente el campus de la Universidad de Alicante transmite cierta tranquilidad, de estudiantes y profesores caminando de un edificio a otro, con cierta pausa. Las clases se van sucediendo semana a semana, con la única interrupción destacable de las consabidas vacaciones de Semana Santa. Pero, curiosamente para muchos estudiantes el final de las clases es el principio de una pesadilla, la pesadilla de los exámenes y la entrega de prácticas y trabajos finales. En una de mis últimas clases, algunos estudiantes se quejaban amargamente de la enorme cantidad de trabajos que debían entregar en estas últimas semanas de curso, que reducían enormemente el tiempo que podían dedicar a los exámenes finales.

Esto me permitió mostrar en clase un corto vídeo de Tim Urban, titulado En la mente de un maestro procrastinador, que ustedes pueden localizar fácil y legalmente en internet. La primera vez que lo vi, desconocía el significado de la palabra «procrastinador», ahora es un vocablo que utilizo con cierta frecuencia para justificar lo imprescindible que es planificar las tareas a realizar durante el curso. Según la RAE, procrastinar es aplazar el cumplimiento de una obligación, o sea algo así como «para qué hacerlo hoy si puedes hacerlo mañana». Urban definía el cerebro del procrastinador como adueñado por un mono de la satisfacción inmediata cuando no tenía plazos que cumplir. Cuando se acercaban éstos, aparecía un monstruo que en ese momento se hacía con el control del cerebro para tratar de cumplir los objetivos.

La procrastinación amenaza con convertirse en una enfermedad en el siglo XXI, dada la cantidad de estímulos existentes que tenemos a nuestro alrededor que compiten por consumir mucho de nuestro tiempo. Por ejemplo, tercera semana del cuatrimestre, enunciado de una práctica o trabajo con una fecha de entrega en ocho semanas. Uno de los males habituales que aprecio en muchos estudiantes es que el tiempo de dedicación a una práctica como esa no es uniforme durante esas ocho semanas. La dedicación crece exponencialmente conforme se acerca la fecha de entrega. El problema se agrava porque no suele ser un error cometido en una asignatura, sino que se extiende al resto de las mismas, con lo que es habitual que el estudiante se colapse por falta material de horas para poder finalizar todas las prácticas pendientes y preparar exámenes. Desgraciadamente, la solución suele ser la de optar por abandonar una o varias asignaturas.

Es uno de los grandes cambios que suelen sufrir los estudiantes en sus primeros años de Universidad, acostumbrados a una evaluación continua, trabajos de corta duración que en un último «arreón» se pueden finalizar. Yo entiendo que es parte de la formación universitaria el que el estudiante sea capaz de organizar eficientemente su tiempo. Una correcta planificación mejora notablemente los resultados mucho más que dos o tres noches de trabajo sin dormir.

Así, una de las formas de acabar con la procrastinación es empezar a poner fechas límite no sólo para las tareas, sino también para las subtareas que la forman. Es uno de los principios de las cada vez más utilizadas, Lean y metodologías ágiles. Así, ese trabajo del que hablábamos de ocho semanas se puede convertir, por ejemplo, en cuatro subtareas de dos semanas cada una. También es importante indicar que, si un trabajo tiene una fecha de entrega, no es necesario, ni siquiera recomendable apurar los plazos, ya que agilizar alguna entrega te puede permitir dedicar más tiempo a otra tarea que no tenías planificada al tener disponibles los enunciados más tarde.

Todo esto hace recomendable que cada estudiante disponga de su lista de tareas pendientes ordenadas por prioridad. Es una herramienta útil, que además ayuda a ser algo menos procrastinador, al ayudarnos a fijar el foco sobre lo importante y hacernos tender a eliminar la lista de tareas pendientes.

Por supuesto, hay que acabar con los ladrones del tiempo, uno de ellos son las redes sociales que parecen al diablo al ofrecernos con un solo click la sabiduría de cuantos «likes» ha recibido mi foto en los últimos tres minutos. Es recomendable, y en las empresas cada vez son más conscientes de la peligrosidad de este ladrón de tiempo, que se toman medidas. Considero recomendable que en momentos de trabajo intensivo nos autoimpongamos ciertos protocolos, al menos temporales, de acceso a estas redes.

A la hora de afrontar los exámenes finales también se suele agradecer haber asistido a las clases durante el curso, ya que te facilitan enormemente entender aquello que escribiste. Además, una correcta planificación y hábitos de trabajo durante todo el curso permiten mejorar los resultados, dejando el suficiente espacio para la diversión. Mis resultados en la Universidad fueron mucho mejor cuando entendí ese principio. Desgraciadamente uno tiende a recordar más los heroicos «arreones» de treinta horas para finalizar una práctica, que la aburrida planificación que te permitió acabarla a tiempo sin sufrir.