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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Da igual quién gobierne

Sufren los editorialistas y los forofos de la política por el momento de emergencia que vive la gobernación de España; pero en realidad no hay nada de lo que preocuparse. No hace mucho aún que este país sobrevivió -y muy bien- a diez meses sin gobierno. Tanto da que ahora se produzca, o no, un cambio radical que sitúe a la izquierda al mando, incluso con el eventual apoyo de los partidarios de crear nuevos Estados dentro de la Península. A lo sumo, la moción de censura dará paso a la emoción y por tanto al entretenimiento. Gobierne quien gobierne, lo único seguro es que todo va a seguir básicamente igual. Se hará lo que diga Angela Merkel (o «los mercados») y, con este o aquel matiz, la política será la misma. No hay más que ver el ejemplo del otrora intrépido Alexis Tsipras, que tras ganar las elecciones no ha dudado en aplicar el programa de sus acreedores a los desdichados griegos. Lleva dos o tres años recortándoles hasta las uñas, pero qué otra cosa podría hacer el hombre. Ciertamente, el favorito de Merkel es Rajoy, aunque esa es cuestión de orden más bien anecdótico. Como delatan los ejemplos de Portugal y Grecia, cualquiera que se haga con el Gobierno de España tendrá que ajustarse en lo esencial a los mandatos de la estricta gobernanta de Europa. O de quien pudiera sucederle en la cancillería de Berlín. De ello pueden dar fe nuestros vecinos y sin embargo amigos portugueses, gobernados desde hace un par de años por una colorida alianza de socialistas, comunistas, rojos y verdes. Los más aprensivos definieron aquella macedonia de partidos como «geringonça»: una coalición frágil y mal armada que amenazaba con descoyuntarse al primer golpe de brisa. No ocurrió así, sin embargo. Lejos de sumir al país en el caos, el gobierno de Antonio Costa ha reducido el paro y el déficit a la vez que mejoraba las prestaciones sociales. Bajó, además, algunos impuestos, y tan ortodoxa fue su política que ya ha merecido los parabienes de la Comisión Europea, del Fondo Monetario Internacional y hasta de las temibles agencias de calificación crediticia. No es mal resultado para un país que acababa de salir de la intervención a la que fue sometida años atrás por los hombres de negro de la UE. Algo parecido había ocurrido ya en España, aunque los resultados no fuesen tan halagüeños. Obedientes y aplicados, los gobiernos de aquí se han ufanado siempre de hacer los deberes que les imponía, por su bien, la severa pedagoga Merkel. Así lo hizo, un suponer, el socialista Zapatero, que rebajó sueldos, congeló pensiones y retiró sus chequesbebé cuando le conminó a hacerlo el mando con sede en Berlín. Después vino el conservador Rajoy, que se limitó a profundizar el castigo con subidas de impuestos y mayores facilidades de despido, entre otras faenas. El próximo presidente aplicará, como todos, el programa general de frugalidad en el gasto decidido hace ya una década por Alemania. Ya sea Sánchez, Rivera o, según la costumbre, Rajoy, el mandamás al frente del país va a caer en la cuenta de que todo cambia para que todo siga igual. Lo dijo hace ya un porrón de años el sobrino del Gatopardo.

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