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Desde mi terraza

Te canto un bolero

Este final de mayo florido y hermoso he tenido dos disgustos como desayuno: la muerte de Antonio Vivó (o Vivo, que nunca lo supe bien), «el cura de Santa María», y la última «gloria» (bajada victoriosa del telón, al final de las representaciones teatrales) para la grande, exquisita y maravillosa mujer del espectáculo María Dolores Pradera. Dos grandes pérdidas, la primera para Alicante y la segunda para España y todo el continente latinoamericano. ¿Quién de mi generación no tarareó, guitarra en ristre, Amarraditos o Fina estampa, caballero...? Con La Pradera descubrimos las canciones del nuevo continente que formaron el decorado de nuestra juventud, y que más tarde dejamos un poco de lado al conocer el original y no la copia: Chabuca Granda, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Atahualpa... Y con el esnobismo que a veces trajo el ser jóvenes progresistas, comprometidos... y algo tontos, tendría que llegar la madurez para que valoráramos a esa mujer española, madrileña por más señas, que no versionó sino que hizo auténticas creaciones de las canciones que otros hicieran famosas en sus países de origen.

Decir que María Dolores Pradera lo hacía todo y todo bien, puede sonar a lugar común, pero es una verdad irrefutable; «mi» Ana Belén sería su equivalente hoy. Buena actriz de teatro en una carrera que, aunque corta, fue muy selectiva; algunas incursiones en el cine para finalmente tomar la decisión de interpretar cantando: nada menos que 500 canciones grabadas, dúos y colaboraciones con muchísimos artistas y un sinfín de premios. Fue a mediados de los 80 cuando el gran director José Luis Alonso, y encontrándose ella el momento de mayor prestigio y popularidad, la convenció para que volviera al teatro. Cándida, la deliciosa y emotiva obra de Bernard Shaw fue el título elegido por José Luis para lo que se suponía un regreso triunfal. Pero el público español no se distingue precisamente por valorar en su justa medida a los actores y actrices de nuestro país; como anécdota, en estos días se ha producido el regreso al espectáculo de la oscarizada Glenda Jackson, toda una institución que durante muchos años estuvo totalmente alejada del show bussines para dedicarse en cuerpo y alma a la política como destacado y beligerante miembro del Partido Laborista inglés; pues bien, su regreso a los escenarios ha sido saludado por todos los periódicos del Reino Unido como un gran acontecimiento. María Dolores Pradera hizo un paréntesis en su triunfal carrera musical para volver a los orígenes, y no pasó nada. Y nunca volvió a pisar las tablas si no era para cantar.

Debo añadir que un servidor sí tuvo la suerte de ver sobre un escenario, por primera y única vez, a la gran María Dolores en esa obra del premio nobel irlandés, y tengo un recuerdo imborrable. Pero creo que a la Pradera cantante la superaba la Pradera mujer, fiel a su imagen, ajena a las modas y a todo lo que fuera traicionar su personalidad; pero lo realmente fascinante de esta señora era su sentido del humor, su causticidad, su ironía y el saber darle la vuelta a todo con una ocurrencia inteligente. Conversar con ella, escucharla (tuve la ocasión una vez, en casa de Marujita Díaz, junto a María Asquerino y Sara Montiel, tras asistir al funeral de Vicente Parra, qué haría yo entre esas señoras!) era una delicia, pura inteligencia.

Y en la proximidad de nuestro Alicante, desaparece Antonio Vivo, el cura de Santa María, a quien los alicantinos nunca agradeceremos bastante su cruzada para devolver a la basílica de la que fue párroco durante muchos años, la bellísima iglesia del siglo XIV que es la más antigua de Alicante, todo su esplendor escondido durante años de abandono, consiguiendo la complicidad de las fuerzas políticas oficiales (a base de mucha mano izquierda) y de unos cuantos mecenas locales que le respaldaron, y a los que él cultivo con mimo. Fue una labor titánica de la que salió victorioso, dejando pendiente una pequeña parte de la restauración del templo que alguien debería terminar cuanto antes, y que sería la mejor manera de honrar la memoria de un hombre entrañable que hace pocos días me escribió diciéndome que leía mis artículos, ¡qué cosas! La vida es una lucha continua, y desgraciadamente hoy decimos adiós a dos luchadores, cada uno en su estilo, en su parcela y en el mundo que les tocó vivir. Como dijo Miguel Hernández en uno de sus poemas, «!Tanto penar, para morirse uno!».

La Perla. «El hombre sufre porque el ser querido muere un día; pero su dolor es mucho más grande: es el constatar que ni siquiera la pena dura» (Camus, Calígula)

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