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Puertas al campo

Un conocido autor ha escrito dos libros que son fundamentales para entender algunas cosas relacionadas con la política. Uno, sobre las dictaduras o, para ser más precisos, sobre los dictadores. El otro, al que me voy a referir y que contrasta con el anterior, sobre las democracias y sus ciudadanos. De entrada, sabe que, en las democracias, a diferencia de las dictaduras, no hay problema alguno con la sucesión de los que mandan (recuerden los viejos del lugar aquello de «después de Franco, las instituciones»).

No es que este autor sea muy benévolo en sus constataciones sobre las democracias. Vayan tres ejemplos: «Un pueblo acostumbrado a vivir bajo un 'dictador', si por casualidad llega a ser libre, difícilmente mantiene la libertad»; «Un pueblo corrompido que ha alcanzado la libertad, difícilmente se mantendrá libre»; y «El pueblo muchas veces desea su ruina, engañado por una falsa especie de bien, y (?) se le conmueve fácilmente con grandes esperanzas y arriesgadas promesas».

Frente a esas y otras constataciones poco favorables a las democracias, presenta lo que, para él, sería el ideal de las mismas, aunque, de nuevo sus constataciones no siempre se cumplan: ideal es ideal. Vayan algunos elementos que plantea nuestro autor.

Por supuesto, dice, en las democracias se busca el bien común, no el de unos particulares frente a los de otros. También se respeta la ley, expresión de la voluntad popular, por encima de las voluntades particulares. Por supuesto que, en una democracia, no puede crecer una oligarquía que corrompa y limite la libertad con regalos o, como ha dicho, con falsedades. En general, añade, las democracias, a diferencia de las dictaduras sean del color que sean, generan más igualdad ya que se produce un cierto reparto de poder entre todos los estamentos sociales, que para eso sirve el sufragio universal que es uno de los medios con los que se participa en el gobierno. El pueblo es libre con una única limitación, a saber, la ley. Todos tienen los mismos derechos, pero también tienen deberes entre ellos el de la defensa de la Patria incluso con las armas (sic).

Pido disculpas ya que he hecho una trampa: el libro en cuestión fue escrito por Nicolás Maquiavelo entre 1513 y 1520. Un año antes había comenzado a escribir sobre los que ahora llamaríamos dictadores y el llamaba príncipes, cosa que tardaría en publicar y que, en todo caso, interrumpió para escribir estos Discursos en los que no dice «democracia», sino, con perdón, «república». Leído con ojos de hoy, es difícil no asombrarse de cómo algunas cosas han cambiado poco (y Maquiavelo ya hablaba profusamente de los romanos y los griegos de la Antigüedad).

De entrada, la cuestión de la igualdad que, en el mejor de los casos, se queda en que todos pueden votar libremente, aunque tal vez algo engañados. Pero planteada en términos económicos, son constantes las referencias actuales al aumento de la desigualdad, entre países y dentro de las diferentes democracias.

Después está la cuestión de las oligarquías, cuando mandan muy pocos y no es el pueblo el que realmente manda (esa es la etimología de una y otra palabra: en griego, «oligos» significa «pocos» y «demos» «pueblo»). En las dictaduras del tipo soviético, se produjo lo que otro autor, este sí contemporáneo, llamó «la nueva clase». Milovan Djilas, yugoslavo. Pero el problema es la existencia de oligarquías dentro de las democracias, tal vez sin llegar al extremo de los Estados Unidos donde hay quien habla de gobierno de los que tienen dinero ( business politics lo llaman) y lo usan directamente o mediante un lobby que les sirva.

Está claro lo que otro autor contemporáneo, Robert Michels, alemán, llamó «la férrea ley de la oligarquía» que aqueja a esos instrumentos de participación del pueblo en los asuntos de gobierno que son los partidos y, no digamos, los sindicatos. Los que mandan son sus respectivas élites. Un caso intermedio puede ser el de Venezuela, formalmente una democracia, pero, en realidad, entre uno y otro modelo, con una «nueva clase» y una «férrea ley de la oligarquía». En cualquier caso, no parece que se puedan negar las tendencias oligárquicas en las democracias actuales (incluyendo empresarios convertidos en políticos).

Una lectura con ojos actuales, a comienzos del siglo XXI, de lo que el pobre Maquiavelo planteaba a comienzos del siglo XVI no deja de ser peligrosamente descorazonadora. Y ahí entra Winston Churchill: la democracia es el peor de los sistemas, exceptuados todos los demás. Cierto que mejor que la dictadura.

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