"Los padres desautorizan a los profesores frente a sus hijos, cuestionan sus decisiones y se quejan de las vacaciones que tienen. También se manifiestan para reclamar más horas de clase, pero no exigen a las empresas que les den más horas para conciliar la vida familiar con sus hijos. No quieren verlos ni en pintura".

Cuando se habla de motivación en el ámbito educativo, casi siempre se habla de la motivación del alumnado. Por lo general, parece que la escuela desmotiva a los alumnos y que la función principal del docente es motivarlos para que estudien. Sin embargo, nunca se habla de los problemas de motivación de los propios docentes y, mucho menos, de lo poco que los alumnos motivan a sus profesores.

Es cierto que en este tema existen grandes diferencias entre Educación Primaria y Educación Secundaria. En Educación Primaria, la situación de los docentes es mucho menos dramática que en Secundaria y no existen -por lo general- graves problemas de desmotivación, aunque cada vez son más frecuentes. Sin embargo, en Secundaria, la situación es absolutamente desoladora: muchos docentes sufren a diario graves problemas que les hacen perder no solo la motivación sino, incluso, la propia vocación.

La motivación externa de un docente procede de tres sectores: la Administración, los padres y los alumnos. En el primero, está claro que hace ya muchos años que las consejerías de Educación y el propio ministerio perdieron el rumbo; es lo malo que tiene no contar con el profesorado para legislar y meter en los puestos más altos a bioquímicos o especialistas en ferrocarriles que, si bien en sus profesiones pueden ser eminencias, en educación son unos auténticos ineptos. En el actual sistema educativo, la burocracia lo ha invadido todo. Incluso podría decirse que es más importante que el propio aprendizaje. Y mil veces más importante que el propio docente.

En lo que respecta a los padres, poco se puede decir. La motivación que transmiten a los docentes es casi nula. Los padres desautorizan a los profesores frente a sus hijos, cuestionan sus decisiones y se quejan de las vacaciones que tienen. También se manifiestan para reclamar más horas de clase, pero no exigen a las empresas que les den más horas para conciliar la vida familiar con sus hijos. No quieren verlos ni en pintura. La dejación que muchos padres hacen de sus responsabilidades genera hijos sin normas, egoístas, egocéntricos, violentos y con baja resistencia a la frustración, pero eso sí, con una gran inclinación al alcohol, a las apuestas deportivas, al uso enfermizo de las tecnologías y a las drogas, aspectos que luego los padres reclaman que se solucionen en la escuela. Con esas características, llegan al aula infinidad de alumnos a diario. A veces, llegan incluso sin dormir, porque tienen ordenador, móvil y táblet en su habitación, y se pasan las noches enteras jugando o chateando o istagrameando o acosando a otros.

En cuanto a los alumnos, aparte de cansados, llegan sin ganas de pensar, y su actitud es de tal inactividad y tal falta de interés que terminan con la poca motivación que le ha quedado al docente después de pasar miles de estándares de aprendizaje al ordenador y de haber sido ninguneado por algún padre (o algún alumno) a la puerta del instituto.

Es cierto que los docentes deben intentar encontrar esa motivación muchas veces oculta en algunos alumnos. Es parte del propio proceso de enseñanza. Pero no es la única ni la más importante finalidad. Mayoritariamente, los alumnos deberían llegar a los centros educativos motivados de casa. Nadie les motiva para apostar en un partido de fútbol y, sin embargo, saben hacerlo a la perfección. O para conocer la barra de labios que lleva tal actriz, o para seguir a tal o cual youtubero; un youtubero, por cierto, que (gracias a esos jóvenes tan desmotivados para el estudio), cobra por hacer chorradas en un mes lo que todos los profesores de un instituto en un año. Por eso, no estaría de más que la Administración, los padres y los alumnos reconociesen el enorme mérito de los docentes por intentar contrarrestar toda la basura espiritual y ética que los menores reciben de la sociedad en general y de algunos padres en particular y, aunque no los motivasen, les mostrasen, como decía Jack Nicholson en Algunos hombres buenos, al menos, «un poco de jodido respeto».