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Arturo Ruiz

El mayor ladrón de España

Los vecinos de mi ciudad están orgullosos de su calle principal: no en balde, allá por el siglo XVII el duque de Lerma, todopoderoso valido de Felipe III y de todo el imperio, mandó allí construir un convento para darle lustre y mucho después, en los años noventa, una peatonalización con sospechosos sobrecostes permitió que en el histórico vial se asentaran terrazas de bares donde mis paisanos podían sentarse junto a los turistas para tomarse un arrocito durante aquellos tiempos dorados en que corría el dinero a raudales, y todos éramos felices, y confiábamos en el sistema: es verdad que se nos escapaban demasiados detalles de aquellos macroproyectos a golpe de parques de ocio, ruidos de fórmulasuno y marasmos de hormigón junto al mar impulsados por la clase política que primero con Zaplana y después con Camps entronizó el poder valenciano en Madrid y en todo Occidente. Pero la vida era bella. Lo fue, ya saben, hasta que el estallido de todas las burbujas vino apuntalado por el marasmo de corrupciones, Púnica y Gürtel, Cifuentes y los ERE, Brugal y Erial, contratos con Julio Iglesias y Taula, Bahamas y Suiza. Y el sistema se desmoronó y vimos desfilar a los forjadores del mundo por el que brindábamos por calabozos y juzgados. Y ahora que ya no se ve a ningún paisano tomando arrocitos por la calle que fundara el duque de Lerma porque a nadie le llega el sueldo para brindar por nada, todavía andaban algunos conspirando para traerse del paraíso los diez milloncitos que presuntamente habían guardado.

Por cierto, que hace unos 400 años la corte de su Majestad quiso procesar a Lerma por corrupción y para evitarlo el duque se tuvo que hacer cardenal: «Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado», decía la copla puñetera. El pasado es una guadaña que siempre vuelve. Siglos llevamos así.

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