Hace ahora ochocientos años, el rey Alfonso IX de León implantó el Estudio General salmantino sobre la base de las Escuelas catedralicias, siendo entonces el segundo más antiguo de España, después del Estudio General de Palencia. El 8 de mayo de 1254, el rey Alfonso X el Sabio otorgó la Carta Magna de la «Universitas Studii Salmanticensis» y fue reconocida por el papa Alejandro IV como uno de los centros del saber junto a Bolonia, París y Oxford.

Desde entonces, la Universidad de Salamanca ha irradiado sus conocimientos y valores al Viejo y al Nuevo Mundo como depositaria de la tradición humanística, convirtiéndose en el referente de las universidades iberoamericanas, fundadas a su imagen y semejanza. La universidad más antigua de habla hispana representaba la vanguardia del conocimiento y el progreso. La Escuela de Salamanca, encabezada por Francisco de Vitoria, materializó tal avance como precursora del derecho internacional y de la generalización de los derechos humanos, cuyo influjo se dejó sentir en Europa y América.

«Salmantica» es única. Erigida en un recodo del Tormes y enclave estratégico en la Vía de la Plata, la ciudad está indisolublemente unida a la Universidad; es la villa sabia y elocuente por la que todavía transitan Fray Luis de León o Beatriz Galindo, la Latina, preceptora de cinco reinas, el Lazarillo de Tormes, el licenciado Vidriera o Calisto y Melibea. «Allende el Tormes lento, donde duerme el sosiego?pregona eternidad tu alma de piedra», escribiría Unamuno. El embrujo de esta «pequeña Roma» es tal que, a decir de Cervantes, «enhechiza la voluntad de volver a ella».

Con todo, la hermosa fachada plateresca de la Universidad nos tiende la trampa del batracio oculto apoyado sobre una calavera porque, afanados en su búsqueda, desperdiciamos el imponente conjunto, una lección de historia petrificada.

El hermoso cielo de Salamanca ampara la vocación universitaria entendida como el afán por enseñar y la pasión por aprender de académicos y estudiantes. A ello ha contribuido la Biblioteca, aposento de incunables, volúmenes y manuscritos que dispone de una bóveda celeste propia: «el cielo de Salamanca». Las pinturas azuladas que adornan la cúpula con los signos del Zodiaco y los emblemas de las artes liberales, simbolizan un cielo académico compartido, alegoría de la universalidad del conocimiento y de la suma de los saberes.

Recientemente, el Estudio salmantino se ha proyectado internacionalmente al acoger a más de mil representantes universitarios venidos de todo el mundo con ocasión del encuentro internacional de Universia para hablar sobre Universidad, sociedad y futuro. En esos días, la ciudad pensante se ha visto reconvertida en el centro del universo de los estudios superiores, reforzando su liderazgo internacional, nunca abandonado por completo. Las estancias y aulas de las Escuelas Mayores y Menores albergaron las sesiones y fueron testigo del debate sobre los desafíos a que se enfrentan las universidades; la clave consiste no solo en adaptarse a los nuevos tiempos, sino en liderar ese progreso, entendiendo que la educación superior es una herramienta decisiva para el porvenir de los pueblos y que, a tal fin, es esencial el fortalecimiento de un espacio iberoamericano de conocimiento.

Salamanca es la universidad que viene de los siglos y hacia ellos se dirige para cultivar las mentes que habitan ese privilegiado espacio. Tanto es así que conviene tener siempre presente la orgullosa máxima que condensa la excelencia académica salmantina: «Quod natura non dat, Salmantica non praestat».

«Decíamos ayer, diremos mañana», es la feliz expresión adoptada para la celebración del VIII Centenario de la Universidad que mira al futuro desde el pasado, condensando el recuerdo a Fray Luis de León y la proyección de su ingente legado a las generaciones venideras.

¡Quién sino Salamanca puede ser la «académica palanca» del verso unamuniano para catapultar a las universidades hacia su porvenir sobre la base del talento y del esfuerzo compartido!