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Francisco Esquivel

Conducción temeraria

Z aplana vería la final de la Champions entre el griterío de presos intentando que no le rondara la cabeza el trasiego compartido en el antepalco del Bernabéu, las jornadas de partido en las que el atrezo de copas y canapés dejaba paso a una lista guapa de contactos donde los gestos para quedar en un reservado se imponían por goleada a las, para el vulgo, controvertidas estrategias simplemente balompédicas.

Para entonces el galán, que desde la casilla de salida dejó claro a qué venía y que el modo era hacerlo a bordo de un Opel Vectra 16 válvulas porque sí, se había doctorado en el fecundo arte de hacerle creer a la afición que arribó para representarla, tutelado en todo instante por ese prestidigitador del morro torcido que es Aznar, santo y seña del antepalco solo en momentos escogidos. Desde la rampa trazada en Benidorm, retorcer la realidad no le produjo nunca quebranto alguno al alumno aventajado, ya fuera sustraer la mayoría absoluta del adversario con la pieza de respuesto que le faltaba ni, por orden cronológico, torpedear por tierra, mar y aire a la cabecera impresa que osara cuestionar su mando en plaza ni asfixiar al malandrín universitario que no hincase la rodilla ante su presencia ni desalojar a quienes, a base de contraponer criterio, pusieran trabas a la determinación de apropiarse del instrumento financiero a mano con tal de llenar la sala de trofeos, aunque fuera a costa de congelar el avance científico ideado en el campus o de acabar por expoliar a todo quisque, como terminó sucediendo, la vida que la obra social reportaba a una amplísima geografía.

La suya propiamente dicha tampoco es manca y las horas muertas, proporcionadas por la perversión del despacho vacío de contenido en Telefónica, han podido convertirse en la trampa que lo empujaran a detallar en cuatro folios el circuito a través del cual el flujo esquilmado volvería al bolsillo. Todo un amasijo de ambición, amoralidad y engaños que lo han conducido a desperezarse hoy en la celda asignada. Él sabrá si le ha merecido la pena.

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