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Casitas

En Alcoy somos muy de invitar a «la casita». Los que tienen casita son legión. La primera vez que fui invitado a una casita alcoyana, se me cayeron los palos del sombrajo. Claro, uno se imaginaba cuatro paredes peladas en un secarral. Nunca pensé que las casitas alcoyanas fueran casoplones de dos plantas con piscina y todo, en entornos paradisíacos. Eso mismamente ha de ser un resabio burgués, de cuando la burguesía alcoyana era ostentosa con elegancia o edulcoraba su potente estatus con falsa modestia.

Llevo una semana, lo confieso, dándole vueltas al polémico asunto de la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero. He leído prácticamente todo lo que se ha escrito sobre el asunto, me he comido el tarro hasta propiciarme un serio daño neuronal y he llegado a las manos conmigo mismo. Bien, después de tan arduo trabajo de auto idiotización es hora de exponer las conclusiones: Pablo Iglesias e Irene Montero, o son de una inocencia que acaricia las lindes de la ternura más lacrimosa o son básicamente tontos. Saben que la caverna de la que hablaba el domingo pasado, acecha, que los periodistas charcuteros, vigilan. Saben que junto con el asunto catalán son la tapadera perfecta para parchear la corrupción y el desgobierno. Hoy mismo, mientras escribo esto, han detenido a Eduardo Zaplana y ha sido imputado el número dos de Montoro. Nada, hombre, otros dos casos aislados. Sigue el carnaval solanesco. Saben que cualquier desliz les va a costar caro, no sólo a ellos sino a un partido esperanzador. Aun así, se «gonzalizan» estrepitosamente y se ponen la casta por montera, ese mismo término que ellos acuñaron y popularizaron. Agotado hasta el hastío el tema venezolano-iraní, desestimadas todas las denuncias que los buitres carroñeros presentaron, van y se dejan coger por las pelotas por la elección de su casa. Todo esto reafirma mi idea de que estos chicos andan mayormente cortos de perspicacia y sagacidad.

Pablo Iglesias ya viene desde hace tiempo dando síntomas de estar encantado de haberse conocido. Tuvo en su mano el cambio histórico, la posibilidad de barrer de una vez por todas la caspa de un país anclado en su turbio pasado, tuvo en su mano recuperar la izquierda española con una férrea coalición, pero al chico solo le importaba su vicepresidencia. Megalomanía pura y dura. No se daba cuenta de que es intrascendente quién la dirija, que lo que realmente importa es la revolución. Sí, están en su derecho de gastarse una fortuna en lo que les dé la gana siempre y cuando no reprochen a nadie el mismo gesto, idéntica ostentación, igual dispendio. ¡Hay que ser pavos, coño!

El 15 M, el mayo del 68 a la española, fue una bocanada de aire fresco. Parecía que esta vez sí, que el «libertad sin ira», ese que Gonzalón tiró por la borda (la del barco donde se templa las carnes de cuando en cuando con un cohíba en una mano y las cálidas lorzas de hembra placentera en la otra), ahora iba de verdad. Emocionaba ver al pueblo poblando el congreso, ilusionaba ver chicos realmente preparados, con sus carreras lícitas, sin trampear, una delicia ver tambalearse el bipartidismo y ver entrar en pánico a la derechona. Pensábamos que, si Podemos subía, temblaría el misterio, restaurarían la justicia, levantarían las alfombras, retirarían la prescripción de delitos y aquí iban a ir a la cárcel hasta los huesos mondos de Fernando VII. Pero parece ser que la erótica del poder no perdona. Por la boca muere el pez, aunque el pez sea muy gordo. Mucho me temo que, según sus palabras, no podemos poner a regir la economía de un país al que se gasta una fortuna en una casa. Maldita hemeroteca.

Otra cosa es el acoso y derribo. El gran Inda, el carroñero mayor, enseñoreando su risilla de conejo más que nunca, puede comprar hasta la cuenta de los polvos de la pareja. Sus paparazzi ya le han vendido la ecografía de los mellizos, las cacas de los perros, la piscina grandilocuente y hasta la última brizna de hierba de la heredad. Creo que quince mil euros tienen la culpa. Todo por salvar al país de impresentables con rastas y coletas.

Joder, Pablo, hijo. Con todo el respeto te lo digo. O bien por inocente (que no lo creo), o bien por debilidad neuronal (que tampoco), o bien por esa sobrevenida avilantez que el creerse grande presta y aún impone (por ahí puede que bufe Moby Dick), o bien porque tiran más las dos tetas del poder que las cien carretas de la razón, la has cagado bien cagada, perdonado sea lo tosco del señalamiento.

Una cosa te voy a decir: Si en vez de comprarte la mansión en Guadarrama, donde aún gotean los cielos velazqueños y campea la mirada triste de los bufones, te la hubieras comprado en Alcoy, en el Baradello Gelat o en El Sargento o en Montesol, un suponer, igual, entre tanta «casita» habías pasado más desapercibido. Aunque estoy seguro de que, de ser así, el charcutero Inda se apuntaba a una filà, fijo. Mayormente para joderte el sueño alcoyano.

¡País!

¡¡¡Tito Forges, llama?!!!

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