Se conmemora el 80 aniversario del cruel bombardeo del Mercado Central de Alicante por aviones italianos aliados de las tropas franquistas. Un brutal ataque a un objetivo civil que causó aproximadamente tres centenares de víctimas, en el peor bombardeo de toda la Guerra Civil española, desde luego mucho más atroz que el de Guernica, aunque sea ese el más tristemente conocido y recordado.

Sin embargo, quienes lo padecieron nunca olvidaron la pesadilla de aquella mañana del 25 de mayo de 1938, en un Alicante atormentado por frecuentes bombardeos, tanto de la aviación de la Alemania nazi como de la Italia fascista, hasta entonces dirigidos al Puerto y otros lugares de importancia estratégica. Lo sé, porque mi madre, Emilia, fallecida el pasado mes de enero a los noventa y dos años, vivió directamente aquella pesadilla, que siempre recordó y me contó muchas veces. Mi madre tenía entonces 12 años, y junto a su madre, mi abuela, se dirigió al Mercado Central para intentar comprar alguno de los pocos víveres que se podía, en una época en la que desayunar algarrobas tiernas podía considerarse un manjar. Me decía mi madre que ella, al correr más, siempre se adelantaba para coger mejor sitio en las colas que se formaban si llegaban alimentos extra. Y alrededor de las 11 de la mañana, cuando la afluencia de personal era máxima, comenzó el criminal bombardeo y la terrible masacre del personal desprevenido e indefenso. Madre e hija quedaron separadas por la oleada de pánico que se desató: explosiones, gritos, carreras, llantos, aturdimiento, destrucción? A mi madre la escondieron bajo la cocina de un bar que estaba en la parte posterior de la «plaza», donde había unos hombres almorzando. Contaba mi madre que, cuando pudo salir de allí, los hombres estaban muertos. Y lo que vio era espantoso: sobre un puesto de venta de puntillas, estaba la cabeza de la vendedora, los caballos de los carros aparecían despanzurrados, a los muertos los cogían de brazos y piernas para ponerlos en distintos vehículos? Ella, con 12 años, como he dicho, marchó despavorida hacia su domicilio en la calle Villavieja, y en el camino se encontró con su padre, mi abuelo, que durante las mañanas por su trabajo estaba en casa. «¡Tata, tata! ¡Que han matat a la mama!», porque hablaban en valenciano. «Véstene a casa» (y lo digo tal cual me lo decía ella). Después, al continuar corriendo hacia la zona bombardeada, mi abuelo se encontró a mi abuela, que también gritaba: «¡Han matat a la xiqueta!». Pero enseguida la pudo tranquilizar, al decirle que la niña estaba bien. En su casa se contaron mutuamente aquellos encuentros afortunados, en aquellas circunstancias de duelo y dolorosa realidad.

Porque el número de las víctimas, que no se ha llegado a saber exactamente, se calcula en 300 muertos, pero tal vez fueron más. Y los heridos superaron el millar. Indudablemente, fue el peor bombardeo de toda aquella fratricida Guerra Civil.

Muchas más penalidades e historias me contó mi madre, tristes unas, como la de este bombardeo al Mercado Central, otras incluso hilarantes, tal la de un tío suyo, que, al sonar las sirenas que avisaban de la llegada de los aviones, bajó la escalera de su casa para ir a refugiarse, sin darse cuenta de que en uno de los escalones se habían dejado un cubo en el que metió un pie y, como con la urgencia del momento no lo pudo sacar, lo llevó arrastrando hasta el refugio. También decía que una vez se refugió en los Pozos de Garrigós, pero al darse cuenta de la abertura central que tienen, pensó que si caía por allí una bomba mataría a los que estaban alrededor de aquel espacio circular, por lo que ya no volvió, marchando cada vez que sonaba la sirena a un refugio habilitado en la Plaza del Puente. Y que siempre entraba en el refugio, casi sin tocar el suelo, arrastrada por la multitud. Aunque una vez quiso quedarse en casa con su padre, que nunca fue al refugio, y cuando comenzó el bombardeo no sabía dónde esconderse, pues para una niña las explosiones mortíferas de las bombas serían aterradoras. Y temibles también para todos?

Quienes, como mi querida madre, pasaron siendo niños, adolescentes o adultos, tan impresionantes experiencias, tengan en la paz, al cabo de los años, garantía inigualable de consuelo y merecida recompensa como homenaje «In memoriam».