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No escriban post viajeros

Las recomendaciones de los internautas al servicio de la nadería o la amistad

Ahora que quien más quien menos anda afanado en preparar su viaje de vacaciones, me doy a despotricar contra los tuits, post, entradas y artículos de las redes sociales que aconsejan este o esotro lugar con encanto, paraje paradisiaco, marco incomparable, rincón romántico, restaurante típico de comida deconstruida y reducida, o bar con nueva fórmula para el gin-tonic, sin ginebra ni tónica. Los antiguos y muy saludables escritores de viajes han degenerado hoy en miles de internautas analfabetos y despistados, al servicio de la nadería o la amistad con el dueño de un establecimiento.

Esos textos tan mal escritos por lo general -ahí está la clave- suelen ser pura filfa barata que ni ayudan a mirar ni a escuchar, ni excitan a ver lo que hay que ver. Raro es encontrar en ellos el matiz, el detalle y casi imposible verlo transmitido en alta prosa. Vale: son muy útiles esas entradas y páginas para conocer detalles prácticos: el cambio de moneda, los transportes públicos, el servicio sanitario, los horarios de museos? pero nada más, sólo eso.

Y, sin embargo, son una peste que inunda Facebook, Instagram, Twitter y el lucero del alba. Ya sé que con no leerlos ya está, pero cómo huir de ellos cuando todo el mundo cuelga fotos nada más que sale de casa y nada más que para decir que ha salido de casa. Las redes han puesto de manifiesto lo que ya temíamos: que mucha gente viaja no habiendo necesidad ninguna de ello, pues no se entera de nada.

Todas estas excentricidades mías las expuse en público hace nada cuando la amable pertinacia del Ateneo Obrero gijonés me convenció para subirme a la tarima y tirarme un mano a mano con mi premiadísimo compadre Miguel Barrero para hablar de "Literatura y viajes", con éxito de público (¡Dios santo: unas 100 personas un lunes!) y palmadas generosas de muy bien, muy bien, fenomenal.

Puse un ejemplo que les conectará a ustedes con el párrafo anterior. Helo aquí. En una cola de embarque de un avión con destino a Venecia, aguardaba yo turno tras un matrimonio, trabé conversación y me confesaron: "Estuvimos viendo destinos en internet y hablaban muy bien de Venecia y de Tenerife sur. Nos daba igual, pero por las opiniones de usuarios nos apuntamos a este".

Aún se debe estar preguntando aquella pareja por qué me puse hecho una furia y cambié de fila vociferando: "¡Pero, gentes de Dios, si son capaces de dudar entre discotecas, playas atestadas y la Belleza que es Venecia, es que no hay duda: haberse ido a Tenerife sur!".

Y añado otro ejemplo, el de un post que desaconsejaba Praga por ser "una ciudad muy vieja, con poco que ver, toda sucia". Ese es el nivel medio de tanto tuit y tanto post. ¿Por qué mis gustos han de coincidir con los de quienes dudan entre Venecia o Tenerife sur, tan parecidos entre sí como un huevo y una castaña? ¿Cómo fiarse de quien no sabe ver la belleza praguense?

Propuse en la charla antedicha una modificación de los diez puntos que Paul Theroux preceptúa para viajar bien. Los subí a doce:

1. Deja atrás tu casa (y lo que eso significa: dejar atrás el entorno).

2. Ve solo (aunque vayas en compañía).

3. Viaja ligero de todo.

4. Lleva un mapa.

5. Distribuye el tiempo ("Estambul es una ciudad de treinta horas", por ejemplo).

6. Cruza a pie la frontera (sobre todo la del propio espíritu).

7. Escribe un diario.

8. Lee una novela sin relación con el lugar en que estés.

9. Evita usar el móvil.

10. Haz algún amigo.

11. Marca tu ritmo al andar (Gardner McKay aconsejaba uno idóneo: "La velocidad del trote de un perro").

12. Sé el más codicioso de los mirones.

La verdad es que estoy por convertirlo en un post: pero ¿quién va a hacerme caso a mí, que soy un cascarrabias?

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