Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligera de equipaje,

casi desnuda, como los hijos de la mar.

Antonio Machado

Mi hermana Ángela nació en el siglo pasado, en su primera mitad. Siempre la llamamos Ángeles, seguramente porque se les parecía. En los tiempos de la posguerra, cuando nuestra madre marchaba por esos pueblos valencianos a conseguirnos comida a cambio de su «ajuar», Ángeles ejercía de madre. Era la hermana mayor, responsable desde niña de sus hermanos nacidos en plena escasez y, a veces, en ausencia de los padres.

Y, a pesar de las atrocidades de la guerra civil y de la posguerra, mis padres tuvieron claro que sus hijos ¡y también sus hijas! Ángela, Pascual, Margarita y Juan debían labrarse un futuro mejor. ¡Un ideal ilustrado! ¿Cómo fue posible en aquellos tiempos? ¡Pues lo consiguieron!

Creo que todos hemos respondido a las expectativas que nuestros padres pusieron en nosotros. Sus sacrificios valieron la pena. Recuerdo aquellas sobremesas en las que hablábamos de todo y nos reíamos mucho. Vivíamos, hasta que nos fuimos casando, en la misma casa del Rincón de San Jorge, que mi padre había hecho construir para la familia.

Las niñas y jóvenes de entonces no teníamos más institución formadora fuera de la escuela que la Falange y la militante Acción Católica. Mi hermana comenzó necesariamente con la Falange, para conseguir su acreditación del SS, Servicio Social obligatorio.

Más tarde fue la Acción Católica la que le curtió en obras de caridad y en «lavaduras de coco»: el mundo era un valle de lágrimas llena de pecadores. Esto la cogió desprevenida ante el amor, que le llegó del país vecino, de Francia. Entretanto se ejercitó en lo que más le gustaba, los niños de su escuela: en la Maciá Abela de Crevillent, en Ferrández Cruz de Elche, en Tòrrec de Lleida, donde aprendió a amar a los catalanes?En Perpignan, enseñó español a los hijos de los inmigrantes, ya casada, hasta que regresó con su hijo a Elche, en la etapa más feliz de su vida, al colegio Mercé Rodoreda, al amor de su familia. Traía una experiencia que aprovechó para entender el mundo y comprender a todos.

Después? La jubilación, siempre al servicio de su familia, pero buscando a la vez otras vivencias que la mantuvieran despierta, en la Universidad de la Experiencia, en el Club Senior?

La tía Ángeles era el factor común de esa familia multiplicada de los Fuster, como un elemento imprescindible para todos, pero siempre humilde y sencilla. La anécdota que cuenta mi hija: «¿Vols una "almojávena"? Si en sobra?».

Pero la muerte no es definitiva. Como dice el poeta, «hay muertos de muerte imposible». La memoria nos hace permanecer en el recuerdo de los que nos aman. Es la historia que se esconde en una «carpeta azul», en los papeles? Que los hacen permanecer eternamente entre nosotros. Y no morirán mientras perduren en nuestro recuerdo.

Et recordarem y t'estimarem sempre, benvolguda germana.