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Vuelta de hoja

La caverna

Las líneas editoriales han escorado siniestramente a la diestra y a la alargada sombra de la monarquía al grito de, miente y difama que algo queda

Siempre he sido un devorador de periódicos de papel. Siempre he llevado uno debajo del brazo. El café y el olor recental de la tinta eran los perfectos aliados para una lectura en sosiego. Hasta que el santuario de la verdad y la razón se convirtió en un avispero donde se escribe con el aguijón, en un estercolero donde los mercenarios del régimen tergiversan, mienten, embaucan y manipulan. Las líneas editoriales han escorado siniestramente a la diestra y a la alargada sombra de la monarquía al grito de, miente y difama que algo queda. Su foco está en Madrid, donde ya apenas queda alguna publicación creíble. No me refiero a los periódicos de provincias que ya es que le permitan escribir a un bocazas irredento como yo en uno de ellos, sino a ese contubernio de papel y mala baba al servicio de su majestad el poder, esos mastodontes de letra impresa a los que, hasta la fecha, he recurrido por ver de calmar ese sano vicio de estar medianamente informado.

Platón, que era un gran sabio, ya sabía de manipulaciones y de trampear la realidad. En el séptimo libro de «La república» cuenta lo que sigue: Una serie indeterminada de personas viven en una cueva encadenadas a una pared, de modo que sólo se le permite ver una parte. No pueden ver el muro que tienen detrás ni el fuego que siempre está encendido. Otro grupo de gente, al otro lado, pasean objetos por lo alto del muro, de modo que a los encadenados solo se les permite ver las sombras deformadas sobre la pared que el resplandor del fuego se encarga de proyectar. A uno de ellos se le da la oportunidad de ver la realidad y lo liberan. Asombrado, cuenta a los demás cómo es de verdad. Éstos lo toman por loco y se conjuran para matarlo.

En puridad, no ha cambiado nada. Los que deforman la realidad para mantenernos en la inopia, siguen proyectando sombras. Los encadenados, seguimos encantados con nuestras cadenas y con el temblor del esperpento sobre una pared. Los periquitos gacetilleros saben del poder de la palabra, de su poder detonador y de persuasión y no les duelen prendas en pasarse por el escroto el código deontológico de todo periodista decente, su obligación primera, que es decir la verdad, aunque la verdad sea la del porquero de Agamenón. Los periquitos gacetilleros, bien bragados en el oficio son los mamporreros y voceros de un gobierno y aún de una oposición que hace aguas. Tristes contrafuertes que apuntalan la ruina, infumables correveidiles, patéticos tiralevitas. La caverna mediática, en fin. La mayoría son machistas, homófobos, machotes de pacotilla y aún matones de medio pelo. Pueblan los periódicos y los platós de televisión, porque sus rebuznos deben generar ingentes cantidades de dinero. Insultan con poca gracia e inventan documentos para atacar al enemigo. Siguen metiendo el miedo en el cuerpo como antaño con la vaina de los comunistas y su semejanza con el diablo. Defienden lo insostenible y disfrutan de su patente de corso porque se saben a salvo bajo la manta protectora del poder.

El último dislate lo protagonizó uno con carita de gnomo y gestos abaciales que cada vez que abre la boca sube la marea. Según este señor, se puede bombardear Cataluña. Claro que se puede, será por aviones y por bombas y por militares y por policías. Claro que se puede. También arremetió contra el gobierno y el presidente, pero no por las golferías, las corruptelas y la nefasta gestión, sino por cobardes, porque no tienen huevos para bombardear Cataluña. ¡Flipante! Parece ser que según de la boca que venga hay incitación al odio o no lo hay. Un raperito, por cantar ripios, está a punto de entrar en el trullo. Uno de la caverna por llamar al genocidio, sigue calentando sillas de platós y emponzoñando páginas de periódicos.

Abran el ojo, cúrense de lo que miran, de lo que oyen y de lo que leen y no permitan que les conviertan la realidad, la verdad, en un rumor de sombras.

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