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Desde mi terraza

De hiel y de miel

«Ja tenim president!» Termina así (por ahora) ese largo viaje del día hacia la noche en ese barco en el que todos nos embarcamos, y no solo el pueblo catalán. El nuevo Molt Honorable, el senyor Quim Torra, no tiene empacho en confesar ser un valido -y valedor- del senyor Puigdemont; su único mérito es no ser sospechoso de delito alguno, presentándose así limpio de polvo y paja, aceptando la provisionalidad de su cargo puesto que el presidente natural es el huido, prometiendo sacar adelante la República Catalana y despreciando sin tapujos la lengua castellana y a todos los que la hablamos: «Los catalanes estamos sometidos a los españoles desde 1700…». Mal comienzo. Sería una ingenuidad por mi parte pretender aportar alguna luz al espinoso tema de la pretendida independencia catalana en las setecientas palabras que se me adjudican para mi columna, ya corrieron ríos de tinta a cargo de plumas más doctas. Pero como español de a pie, confieso mi perplejidad ante los defensores de la secesión catalana; porque considerar democrático y justo un paso tan trascendental, contando con la aprobación de la mitad de los catalanes, escapa a mi comprensión. La mayoría simple no es aceptable, y solo con la aprobación de un elevadísimo porcentaje de ciudadanos de Cataluña podríamos empezar a hablar. Les guste o no a los partidarios de la segregación territorial, la ley es la que es; y es el Parlamento español quien podría plantearse el tema que, en un hipotético (e improbable) caso de aprobación, debería dar paso a la voz de todos los españoles mediante un referéndum. El ideario político republicano es tan legal como legítimo, como lo demuestra la existencia de un partido que hace del republicanismo bandera; pero querer hacer del seny una identidad que imponga por la fuerza una forma de gobierno tiene un sospechoso tufo a fascismo; todo lo que no huela a catalán pata negra, no sirve. Y en esas estamos, enfrentando la legitimidad a la legalidad, y continuando la ruta marcada por la exigua mayoría que ha obligado a los españoles a beber de ese cáliz de hiel durante muchos meses. Y ya está bien de ese sabor amargo, que no es sino la consecuencia de un nefasto tratamiento político; cada palo debería aguantar su vela para corregir rumbos. No a la independencia por las bravas; y no al «no, es no». Miren por dónde la semana me trajo un cierto sabor a miel: ayer mismo se presentó un librito que congregó a muchísimos alicantinos que acompañamos al autor, el catedrático de Historia moderna de la Universidad de Alicante, don Enrique Giménez, compañero de aventuras artísticas en mi juventud. Como teloneros -que así se auto denominaron ellos mismos- los también profesores Emilio Soler y Mario Martínez. El libro en cuestión, con el título de El lado oscuro de las luces en las tierras alicantinas del Siglo XVIII es fruto de la investigación exhaustiva del autor, como ya lo hiciera con otras publicaciones, y resulta una delicia para el lector por el sentido del humor que caracteriza a su autor, amén de su interés intrínseco al adentrarse en la vida y costumbres, en los avatares sociopolíticos de nuestra provincia en un siglo tan trascendental. Delicia que se incrementó al estar reunidos tres personajes tan «ilustrados», que juntos son, y lo fueron ayer, una auténtica traca. De nuevo Tirso de Molina y su famoso Deleitar aprovechando. El que los tres formaran parte de mi ya lejana juventud, añadió emotividad a un acto que por sí mismo tuvo un valor inmenso, poniendo en valor el compromiso y la riqueza intelectual que esa generación ha aportado a la vida cultural de nuestra ciudad. Y entre la hiel y la miel, un poco de azúcar, una rápida mirada a la participación española en el Festival de Eurovisión: más que azúcar, la presencia española fue un verdadero pastel de crema y merengue, fruto de la selección de un público quinceañero que eligió no una canción, sino unos cantantes con capacidad artística para alcanzar mayores cotas. Una vez más el público no tiene la razón, contradiciendo el conocido tópico. No escarmentamos.

La Perla. «La risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra» (Julio Cortázar, Rayuela).

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