Consejeros. Esas personas a las que acudes para que te guíen por el lado fácil de la vida, para que te indiquen el camino amparado por las leyes por el respeto al otro. Sirven para aconsejar, haciéndote ver lo que es bueno para ti, lo más beneficioso. Consejeros, miembros de un consejo. Como del de la Caja de Ahorros del Mediterráneo. Unos por suerte, otros por bolas calientes, los menos por capacidad. Eran obsequiados con millonarios regalos, las manos que mecían la cuna les llevaron por todos los confines de la tierra. Celebraban consejos en paradisíacos lugares. Aprobaban todo aquello que les ponían delante. No discutían, no advertían, en fin no aconsejaban. Entonces, ¿qué eran? Eran oportunistas, aprovechados, eran sin lugar a dudas pancistas. Callaban, silenciaban lo que sabían, lo que intuían, lo que veían, lo que notaban, lo que asumían. Ni una palabra más alta que otra.

Pasado el tiempo, pero sin pasar las vergüenzas, que les son perennes, algunos ahora hablan, incluso demasiado. Buscando favores, están acostumbrados, ha sido su sino. Ha sido ejercicio habitual en sus vidas. Ortiz le enseñó el camino en el fangoso terreno judicial, donde no todo es lo que parece ser, y no todo lo que parece es. Ser lenguaraz con la fiscalía y pactar condena digerible es legítimo, pero al tiempo es definir culpabilidades, aceptarlas. Reconocimiento público de actuación como mínimo irregular, al menos una culpabilidad que se quiere sea menor. No sabía lo que hacía, ebrio de lujo condicionaron mi vida y mi bolsillo. Así de sencillo. Así es como pretende salirse de rositas Modesto Crespo, el presidente que no sabía de contabilidades, el que no sabía lo que ocurría, el que firmaba en barbecho. Modesto, el humilde empresario engañado, bien pagado eso sí, pero él no lo sabía. No sabía lo que cobraba, no sabía lo que cobraron otros, no sabía de dónde salían sus emolumentos, aparte dietas reguladas por ley. Consejero sin consejos, sinecura habemus. Firma Modesto, sin mirar, no hagas trampa que si ves conoces, y si conoces, sabes, y si sabes acabarás ilustrándote y entenderás de los números pares, impares e incluso primos.

Crespo, el cabecilla, el que se sentaba en la cabecera, admite pagos inusuales, inusitados, de los que ahora se arrepiente de recibirlos. El resto de la camarilla, poco o nada de consejo de administración tenía tal caterva, niegan la mayor. Ni sabían, ni conocían, ni aprobaron, ni firmaron. Libres de polvo y paja. Por el momento no se mueven un milímetro. Roberto tampoco. No sabe, no contesta. Los cientos de miles de euros que se llevó Modesto nadie sabe de donde salieron. Primitivas, ciegos, lotería, quinielas, cualquiera sabe. Todo era posible en aquella CAM, en la que los días de vino y rosas encubrían las deslealtades y el falseamiento de cuentas. Allí, en la sexta planta únicamente contaban, calculaban, para repartirse los fondos, esos que algunos llaman de reptiles.

Encausados como tantos otros, los consejeros y directivos no están por la labor de reconocer nada de lo hecho, ni nada de lo que dejaron por hacer. Pero los que estuvimos en su compañía, los que fuimos ninguneados, los que fuimos burlados, los que fuimos defraudados, los que fuimos traicionados, los que vimos con inmensa pena cómo se extinguió la Caja, de qué ignominiosa manera dieron muerte a la Caja, tenemos muy claro que en esta ocasión el latinajo propio de los discursos de los abogados defensores, ha de aplicarse a la entidad vejada y desaparecida: «in dubio pro CAM».