Esta tarde, sobre las siete y media, nos reuniremos en la sala de la casa Bardín para dejar constancia de un nuevo libro, uno más del profesor Enrique Giménez y publicado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert de título El lado oscuro de las luces en las tierras alicantinas del siglo XVIII. En él, como en tantos del catedrático de la UA, se cuentan curiosas novedades sobre la sociedad alicantina del Setecientos y aparecen historias desconocidas sobre pueblos de nuestra provincia: Dénia, Callosa d´Ensarriá, Polop, La Nucía, Callosa de Segura, Biar, Orihuela, Elche, Villajoyosa, Nueva Tabarca, Alcoy, Alicante... Esta tarde dos de sus muchos amigos, Mario Martínez y un servidor, tendremos el privilegio de hacer de teloneros en su presentación ante un montón de amigos que harán cola, seguro, para presenciar el evento.

Y hablando de amistad, entre mis películas favoritas hay una que sobresale porque, además de sus méritos cinematográficos, me trae a la memoria aquellos años en que los jóvenes creíamos que íbamos a cambiar el mundo. El film se llama Reencuentro, dirigido por Lawrence Kasdan. En la trama, unos amigos se reúnen un fin de semana y rememoran, a veces sin querer y no sin tensiones, un pasado que se va desdibujando y que les comienza a resultar cada vez un poco más lejano. Los intérpretes se mueven ante la pantalla con el sonido al fondo de la música que veinte años atrás había significado un cambio en sus vidas: Rolling Stones, Creedence Clearwater Revival, Beach Boys, Beatles€ los mismos que alegraban nuestros guateques para los que ya peinamos muchas canas. Los tiempos habían cambiado, que diría Bob Dylan, para cada uno de los protagonistas/intérpretes de la película, pero su reencuentro, y sobre todo los recuerdos de su vieja amistad perduraban.

Enrique Giménez, desde su puesto de catedrático en la Universidad alicantina, pronto se fue especializando en los jesuitas expulsos de España en el siglo XVIII. Nuestro amigo Enrique, créanselo, es una de las máximas autoridades académicas en esta materia, y lo digo totalmente convencido, aunque no haya conseguido atraernos a Mario ni a mí a esta muestra del conocimiento historiográfico. Y bien que lo intentó cuando, primero a Mario y mucho más tarde a un servidor, dirigió nuestras tesis doctorales y nos reclutó en el departamento de Historia Medieval y Moderna de la UA. Enrique Giménez, como experto en eso de los jesuitas y de la sociedad española de la Ilustración, posee una extensa bibliografía sobre el tema que lo ha convertido en un referente internacional. Más de trescientos libros y artículos científicos dan fe de ello.

Sobre el profesor Giménez les puedo decir que su primer gran trabajo fue sobre Alicante en el siglo XVIII. Economía de una ciudad portuaria en el Antiguo Régimen, un intento muy logrado de macro análisis de una ciudad comercial, ésta, donde las estructuras demográficas, agrícolas o comerciales dejaban poco espacio a los individuos considerados como actores sociales. Una sociedad valenciana dieciochesca en la que el profesor recordaba, cargado de razones, que fue una comunidad fraccionada, dividida en banderías. Una sociedad en la que el conflicto sucesorio, una guerra que excedía el campo patrio, se convirtió en un conflicto civil valenciano, como pusieron de manifiesto los maestros Pierre Vilar o Jaume Vicens Vives. Asegura Enrique Giménez que interpretar la guerra de Sucesión como un enfrentamiento de Castilla contra Valencia o Cataluña es una simplificación interesada que tiene como propósito apuntalar el mito nacionalista de una Castilla cuna del absolutismo y unos reinos de la Corona aragonesa adalides de las libertades constitucionales, cuestión ésta de plena actualidad.

En este libro que hoy se presenta, dividido en seis apartados y que consta de 33 mini artículos a cual más interesante y, a veces, divertido, queda claro que el honor y la honra no eran apreciados cuando el comportamiento delictivo procedía del poderoso y lo que se imponía era la intimidación, la inhibición o el silencio con el pretexto de que las circunstancias del supuesto delito no estaban claras o que faltaban pruebas incriminatorias. Un ejemplo lo deja bien claro cuando Giménez se refiere a un alcalde mayor de Alicante acusado de asociarse con individuos de pésima catadura para practicar una extorsión continuada, acusado de haberse enriquecido ilegalmente pero exonerado de sus cargos y reintegrado en 1721 a la alcaldía alicantina. O el escandaloso periodo de un Corregidor alcoyano, acusado por su propia esposa de vivir amancebado con una de sus criadas, permitir timbas ilegales a cambio de comisiones y extorsionar a los fabricantes de textiles, pero que salió indemne de las denuncias merced a la protección del capitán general de Valencia. O, para no alargarme demasiado, de la diatriba que el obispo oriolano Gómez de Terán remitía al marqués de la Ensenada en la que aseguraba que su diócesis era una «Babilonia de pecados» ya que los homicidios eran frecuentes sin que la justicia actuase: las mujeres envenenaban a sus maridos, los maridos a las esposas y aún los padres a los propios hijos.

En fin, Enrique Giménez presenta este nuevo libro, que no será el último sobre el tema de la España del XVIII porque, dentro de otros setenta años, más o menos la media de edad de los tres, nos volverá a reunir en otro feliz reencuentro para celebrar un nuevo hallazgo sobre las causas que llevaron a Carlos III a disolver la Compañía de Jesús. Aunque no sé si Mario y yo estaremos en condiciones de volver a ejercer de teloneros€