Si el «comercio justo» se abre paso con fuerza en todo el mundo es porque se tiene la certeza de que existe otro comercio que podríamos llamar injusto, generador de importantes desequilibrios económicos, sociales, ecológicos y financieros a nivel global. Precisamente por ello, a mediados del siglo XX, se extendió la idea de que, a través de unas relaciones comerciales más justas y respetuosas, se podría mejorar la vida de muchos productores, campesinos y población local en los países del sur, al tiempo que se avanzaría hacia condiciones laborales más dignas y un mayor respeto del medio ambiente. Se trata así de caminar hacia un cambio en las reglas del comercio internacional, facilitando el acceso al mismo de los productores más desfavorecidos, permitiendo que puedan vivir con mayor dignidad de su trabajo y de esta forma luchar contra la pobreza y la desigualdad.

El comercio justo no es solo un sistema alternativo para productos locales en países y comunidades desfavorecidas, sino que es una herramienta que tenemos en nuestras manos para generar cambios significativos en algunos de los problemas más relevantes del desarrollo global por medio de la compra de bienes y productos cotidianos, introduciendo en esas adquisiciones criterios sociales, ambientales, de género y de respeto a los derechos humanos. Es una forma muy precisa de promover con nuestro comportamiento y nuestras decisiones inmediatas cambios significativos y apreciables que pueden tener una influencia positiva para un buen número de personas.

Y es que crece la conciencia sobre el desigual reparto de la riqueza y las profundas injusticias sobre las que se asienta el orden económico internacional, reclamándose fórmulas que traten de romper esta dinámica perversa, que en modo alguno es inevitable, como habitualmente se nos presenta. Y el comercio justo es una de esas alternativas asequible, realista, comprometida y al alcance de cada uno de nosotros para tratar de avanzar en un cambio en las relaciones económicas y sociales injustas sobre las que hemos construido la sociedad internacional.

La fuerza del comercio justo radica en dar, tanto a los productores como a los consumidores, unas capacidades nuevas para generar elementos de transformación reales, dentro de la propia economía de mercado, a través del respeto hacia los productores, la transparencia en las relaciones comerciales, una más equitativa retribución de los productos y bienes consumidos, así como el compromiso con unas comunidades que tratan de generar un desarrollo participativo y respetuoso, reconociendo los derechos y la dignidad a unos trabajadores a los que, con demasiada frecuencia, se les priva de ellos.

De esta forma, el comercio justo es un tipo de comercio que surge por medio de una nueva relación, libre, respetuosa y directa entre sujetos económicos clave como son los productores de los países en desarrollo, los consumidores comprometidos y unos intermediarios honestos. Al mismo tiempo, apela a unas relaciones económicas más justas en las que los productores obtengan unos recursos adecuados para su subsistencia sin tener que depender de la ayuda, de la caridad o de la asistencia internacional. Todo ello dentro de la propia economía de mercado, pero utilizando ésta para dibujar unas relaciones mucho más equitativas.

Por estas razones, el comercio justo y sus tiendas especializadas se han convertido en un instrumento cada vez más importante para numerosas organizaciones sociales, que han incorporado sus principios y valores para promover la justicia social, comercial y medioambiental en el marco de campañas más amplias de educación para el desarrollo. Ahora bien, aunque las ventas de comercio justo en España no paran de crecer, habiendo pasado de los 9,6 millones en el año 2000 a los más de 40 en 2016, seguimos a una enorme distancia del resto de países europeos. Así, en términos de gasto anual medio por habitante, destacan como países donde el comercio justo ha tenido una mayor extensión Suiza con 59 euros, seguida de Suecia con 36 y Reino Unido con 34. En el extremo contrario, y entre los países con menor gasto por habitante al año, estarían Eslovaquia y Lituania con 0,24 euros, Letonia con 0,43, seguida de la República Checa con 0,81 y a continuación España con 0,86 euros, a gran distancia, como vemos, de los países donde este tipo de comercio está más extendido entre la sociedad.

Sin embargo, el comercio justo se afianza día a día como un movimiento de esperanza y de futuro, capaz de demostrar que son posibles unas relaciones económicas más igualitarias. Su importante contribución a la promoción de un comercio y un consumo responsable, recuperando la vinculación entre productor y consumidor mediante una relación más directa que permita a campesinos y productores tener una vida más digna y a los consumidores disponer de productos de mayor calidad, con la garantía de que se respetan los derechos y el medio ambiente, convierte el comercio justo en una potente herramienta de desarrollo.

Cada uno de nosotros tenemos la capacidad de que todo ello sea posible y, en definitiva, de ser agentes de unos cambios y transformaciones tan necesarios como imprescindibles.