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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Sin reposo

Érase un reino lejano en el que todos sus dirigentes, sin excepción alguna, se meaban en la cama. Sus súbditos, que habían aprendido desde pequeños a controlar los esfínteres y que por lo general no hacían cagadas, eran tratados sin embargo con desprecio por los gobernantes meones. ¿Sois jubilados y ganáis poco? Os jodéis, les gritaban entre risotadas ostentóreas (cortesía de Gil y Gil). ¿Estáis sin trabajo? Pues os volvéis a joder. Estas feas expresiones llegaron a escucharse incluso en el Parlamento, pronunciadas por una diputada cuyo padre estaba a la sombra por haberse ciscado también en el orden establecido.

Y es que había mucha endogamia y mucho nepotismo y familias enteras por lo tanto de líderes que soltaban caca por la boca en los lugares más sagrados. «Dan ganas de hacerles un corte de manga», exclamó en su día nada menos que la mismísima secretaria de Estado de Comunicación de ese lejano reino refiriéndose a los pobres pensionistas del lugar, que reclamaban educadamente un poco de justicia.

- ¿Pero esa mujer no era la encargada de vigilar la incontinencia verbal de sus jefes? -se preguntarán los lectores.

Pues sí, lo era, pero lo cierto es que su cerebro fabricaba tal cantidad de materia fecal y a tales velocidades que se le salía por los bordes en los momentos menos oportunos.

Las lavanderías de palacio y de los ministerios del remoto país no daban abasto a limpiar las sábanas y a airear los colchones para evitar el olor concentrado a pis que salía de todos los edificios oficiales. El propio poder judicial no sabía cómo esconder ni cómo justificar algunas sentencias de sus miembros cuya fetidez escandalizaba a los habitantes de ese pueblo sereno y confiado. Evitaremos mencionar los votos particulares de algunos magistrados cuya lectura ponía los pelos de punta a los tipos más duros. No había reposo, en fin. Miraras a la institución que miraras, incluso si volvías la vista a la Universidad, solo veías albañales al descubierto a cuyas aguas acudían las moscas. Era un reino de moscas de abdomen metalizado, un reino descompuesto, un reino de administradores meones y cagones que, por fortuna, queridos niños, no existe en la realidad.

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