Hace unos días la Casa de Andalucía celebró la bendición de la «Cruz de Mayo» o fiesta de las cruces, tradición que viene realizándose en la ciudad de Elche hace más de dos décadas. Son variadas las definiciones que a lo largo de la historia se han hecho sobre esta festividad. Unos dicen que la celebración de la Cruz se remonta a fiestas romanas, tiempo de Santa Elena que obró un milagro con ella, colocando la cruz sobre los enfermos y sanándolos de inmediato, comprobando de esta manera que la Cruz era la auténtica. Otros dicen que con la Cruz se festejaba, con símbolos primaverales, el triunfo de la cruz en la que Cristo había muerto para redimir a la humanidad. En definitiva, la Cruz es uno de los símbolos que se registra desde la más alta antigüedad, el más universal. La tradición cristiana elevó la trascendencia de la cruz al compendiar en esta imagen la historia de la salvación y la pasión del Salvador.

Los andaluces siempre han sido muy devotos de las tradiciones, tradiciones que los identifican con una cultura rica en múltiples expresiones artísticas y religiosas. Del Himno de Andalucía quiero subrayar : «Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos hombres de luz, que a los hombres, alma de hombres dimos». Creo que los andaluces afincados en Elche, los ilicitanos andaluces nunca dejaron de ser «hombres de luz», «mujeres luminosas», de luz clara y diáfana de fresco amanecer.

Cuando la ciudad de Elche comenzó a amanecer hacia la industrialización que es hoy, junto a la palmera, el Misteri y la Dama, su mayor valor emblemático, ya desde los primeros albores el orto fue posible gracias a la colaboración de los andaluces que vinieron a estas tierras. Incluso la relación era ya anterior cuando la ciudad no era zapatera sino agrícola. Dolores de una agricultura poco mojada que ingeniaba arábigos inventos para lograr algo de riego. Y si rebuscamos aún más ahondando en la historia, muchas también son las coincidencias de culturas, hábitos, invasiones, colonizaciones? Y es que situaciones similares, esfuerzos similares a los que aquí hacían los hombres y mujeres por aquellos años, se hacían también en múltiples zonas de la amplia y hermosa Andalucía. No es raro encontrar en algunas de las comarcas andaluzas parajes parecidos a los de aquí, encontrar formas y comportamientos muy parejos a los de aquí. Esfuerzos y trabajos cuando el campo y los oficios eran las pautas económicas de aquí y de Andalucía totalmente iguales. Los andaluces y los ilicitanos tenemos mucho en común, porque el barro de nuestros campos y tierras son similares, y los vientos y aires que nos soplan son análogos. Y no es raro porque si el carácter humano se conforma con su historia, con las características de las tierras de su entorno, con las características de su clima, con las características de sus mares y de sus aguas, no es tan extraño que en la manera de ser de los andaluces y los de aquí tengamos tanto en común, hasta el punto de producirse una asociación perfecta entre el andaluz y el ilicitano. Tan perfecta como el mismo aire que respiramos, como la misma luz que nos ilumina y despierta, como las mismas sensaciones de paz, esperanza y libertad que sentimos los que trabajamos y vivimos en esta tierra. Y en la que nos sentimos tan ilicitanos como andaluces y tan andaluces como ilicitanos.

Somos de un mismo barro y de un mismo viento. Que nuestras tierras, climas, mares y aguas, junto a ese viento y barro nos hacen ánforas humanas de una alfarería muy igual. Como diría Miguel Hernández: «Hombres de luz, andaluces de relámpagos, nacidos entre guitarras».