Probablemente uno de los temas más repetidos últimamente en gestión de empresas es la transformación digital, aunque no siempre, en mi opinión, se emplea el término correctamente.

Se asocia transformación digital a digitalización, es decir, a incorporación de herramientas informáticas manteniendo el negocio en su versión actual y buscando únicamente la mejora de la eficiencia o ampliar su ámbito de trabajo (página web, redes sociales, venta online, etcétera).

Son razones que ya justificarían, si se abordan correctamente, las inversiones necesarias. Pero se quedan muy cortas para las exigencias del contexto que rodea a las empresas.

La transformación digital va, en efecto, de incorporación de tecnología a las empresas, pero como consecuencia de un cambio de estrategia, de una revisión en profundidad del modelo de negocio y el modelo operativo para hacer frente a la incertidumbre que es un factor siempre presente en las empresas, mucho más en este tiempo en que la competencia es global.

Tampoco se trata necesariamente de cambiar la misión de la compañía ni de focalizarlo todo en la gestión online, que nuestro producto es habitualmente físico y lo seguirá siendo. Es que parece que cuando hablamos de empresas de éxito, solo consideramos las que han crecido en torno a la tecnología asociada principalmente a internet. Pero incluso esas empresas acaban, en general, trabajando con elementos físicos que son la base real de su negocio: aplicaciones como Cabify, Airbnb, o empresas como Amazon o Alibabá, son digitales en concepto, pero no pueden ser más físicas: taxis, apartamentos o distribución de productos de todo tipo, que son los que justifican su actividad; las aplicaciones simplemente la facilitan. Y la clave del éxito no es precisamente la tecnología sino, una vez más, las personas. Su compromiso con la nueva orientación de la actividad, con el cambio permanente al que se ven sometidas las empresas, su formación, la captación y mantenimiento de talento adaptado a las nuevas exigencias.

La tecnología, por tanto, ofrece nuevas oportunidades en todos los ámbitos de la actividad empresarial -también amenazas, claro, porque esas mismas oportunidades las tienen nuestros competidores y aquellos que son capaces de encontrar productos alternativos con mejores prestaciones-, pero para su incorporación como ventaja competitiva de nuestra empresa, es imprescincible que sea entendida, asumida y optimizada por las personas de la empresa. Y no es una opción para las compañías; es el camino que todas deben seguir para mantenerse y crecer en el mercado.

Con la transformación digital las empresas pueden mejorar su eficiencia, acceder a nuevos mercados y adaptarse rápidamente a los cambios que se produzcan en esos mercados, tener una información mucho más exhaustiva de su negocio a partir de un análisis en profundidad de sus datos y los de sus entornos general y específico (lo que conocemos como Big Data), e implantar una cultura de creatividad, innovación y trabajo en equipo como base de su actividad.

La transformación digital, por tanto, no es un objetivo en sí misma, sino el nuevo camino que las empresas debe recorrer para alcanzar sus objetivos, y que afecta tanto a operaciones como a marketing y ventas, logística, etcétera, pero sobre todo a la gestión de los recursos humanos de la compañía.