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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Juguetes descabalados

En política los juguetes rotos no son la excepción, son la norma. Cualquiera que frecuente este mundo, incluso de forma colateral, conocerá ciento y un casos de políticos y políticas que llegaron hasta la cima, contemplaron el mundo desde una altura inalcanzable para el simple mortal, probaron del fruto prohibido y una vez en la cumbre les incitaron a dar un pasito atrás para la foto, despeñándose por el precipicio. Algunos, los menos, tenían carreras profesionales, eran hijos de sus padres o ricos de casa; a la mayoría les dejó de sonar el teléfono, los empresarios que creían amigos les pasaban con su secretaria para pedir una cita que nunca se concretaría y volvieron a la nada de donde habían salido, pero ya sin esperanzas de reinventarse. Es lo que tiene jugarse todas las bazas de la vida a la ruleta de la fortuna, tratar de ser depredador en un mundo de hienas en el que quien más quien menos muerde con la boca cerrada.

No sientan pena por esos juguetes rotos y descabalados, la mayoría no tenían ni oficio ni beneficio, se habían metido en política para vivir una vida fácil de moquetas inacabables al amparo del poder. El ecosistema de los partidos políticos es tremendamente tóxico y aquí no hay excepciones, no hay siglas que sean mejores o peores, es lo que hay. No todos pero sí casi todos los aspirantes a ocupar una poltrona llegan a las juventudes de cualquier partido a pedir sitio y se hinchan a rellenar sobres, meter papeletas, hacer llamadas y embutir a ancianitos en autobuses para el gran mitin del líder.

Si eres simpático/a, guapa/o, tocas bien cualquier instrumento musical, cuentas con gracia chistes de Chiquito, te haces imprescindible para los que mandan porque eres lo más parecido a un perrito faldero y/o un felpudo y en esencia abjuras de cualquier idea propia para seguir los dictados del argumentario, con un poco de suerte alguien te colocará en una lista y te dará el primer sueldo público como concejal en cualquier pueblo. Y de ahí, con un buen padrino y si los tuyos mandan, puedes llegar a una dirección general, un despacho chulo en una empresa pública o -y eso es lo mejor porque tienes asegurado tanto el aforamiento como diferentes gajes y canonjías- un puestico de diputado en cualquier comunidad autónoma o incluso en Madrid. Y ya se sabe que de Madrid al Cielo.

En realidad todo depende de los contactos que hayas conseguido, los padrinos que te apadrinen, la suerte, el no molestar pero que siempre te vean, tu predisposición a reír las gracias al que manda y tener una mente en blanco dispuesta a llenarse de toda la basurilla que diseñan los equipos de comunicación para dar sentido a una ausencia de ideas propias y de ideología. ¿Todo vale para llegar ahí? Por supuesto que sí. Da igual que no hayas trabajado en la vida para nadie que no sea tu partido porque a tus iguales, que proceden del mismo saco, les va a dar igual. Y ni te cuento lo de las titulaciones, que no son más que papelitos que si no tenemos nos los inventamos: ¿Quién se va a enterar?

Pero los partidos son una máquina de picar carne. De esos jóvenes esbeltos que se creen los reyes del mambo porque llegaron a pisar moqueta son muy pocos los que consiguen mantenerse y aún menos los que de verdad tocan pelo. Las novedades siempre son borradas y sustituidas por novedades más nuevas y al principio te ponen de relleno en las listas para esos puestos que nadie en su sano juicio querría y luego, ya directamente, te informan confidencialmente que tu tiempo ha pasado y que será mejor que te busques la vida. Si puedes.

Si la clase media de la política sufre previsibles derrumbes en su carrera, cuanto más arriba subes en la pirámide más solitario es el entorno, más enrarecido el hábitat y mucho más necesario el patronazgo. Y lógicamente, más dura es la caída, que se lo cuenten a la Cifu o a Echávarri o a tantos que no sabían ni aparcar de tanto juego que daban al chófer, ni escribir un mail, ni marcar un número de teléfono, ni reservar un restaurante (y mucho menos pagar la factura) y de repente todo lo que era para ellos irreal se convirtió en la vida cotidiana. La nada cotidiana, que describió tan bien Zoe Valdés para la isla caribeña.

Es malo no conseguir una salida honrosa con pastizal y sillón guapo en Telefónica o consejo de administración de empresa del Ibex, pero peor es salir como apestado. Curiosamente si te has llevado la pasta a manos llenas tu perspectiva de futuro es menos oscura, pero si la patada en la espinilla viene por otras razones ?sean judiciales o titulaciales- el susodicho o susodicha lo tienen bastante crudo si nadie se piada de ellos y a lo más que pueden aspirar es a un estanco discreto, como hacían antes los patricios con sus amantes jubiladas. Y en política no hay nadie que se juegue el cuello por un excompañero defenestrado. Aunque les juraran amor y fidelidad en los días de vino y rosas, en política el pasado sirve como piedras para llenar la fosa e impedir la resurrección.

Así y todo siempre habrá voluntarios para la máquina de picar carne. No lo duden: peor es trabajar.

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