El primer ministro húngaro Viktor Orban volvió a ganar las elecciones el día 10 de abril. Es su tercer mandato consecutivo, y en esta ocasión suma, con su aliado, mas de dos tercios de los escaños: 134 de los 199 escaños con que cuenta el Parlamento. «Queremos que Hungría siga siendo un país húngaro. Tenemos una cultura a la que llamamos cultura cristiana. Este es nuestro mundo, nuestra cultura, nuestro estilo de vida; estos son nuestros principios. Queremos defenderlos y no queremos que vengan otros a cambiarlos», ha repetido. Claro que una cosa es predicar y otra dar trigo.

Las declaraciones genéricas, los principios abstractos, son difíciles de objetar, y nadie en la Unión Europea pone dificultades. El problema surge cuando como señala un reciente proyecto de informe del Parlamento Europeo (2017/2131(INL)) señala las violaciones a los valores democráticos y se preocupa por los siguientes aspectos: funcionamiento del sistema constitucional; la independencia del poder judicial; la corrupción y los conflictos de intereses; la protección de datos y la intimidad; la libertad de cátedra; de expresión; de asociación; e incluso de religión y el mismo informe constata la discriminación a que están sometidas las minorías romaní y judía. El trato a las ONG a las que se ha llegado a tachar de agentes extranjeros. El proyecto de la eurodiputada Sargentini opina que «los hechos y las tendencias que se mencionan en el anexo a la presente Resolución, considerados en su conjunto, representan una amenaza sistémica para la democracia, el Estado de Derecho y los derechos fundamentales en Hungría y entrañan un riesgo claro de violación grave de los valores contemplados en el artículo 2 del Tratado de la Unión (TUE); ...de conformidad con el artículo 7, apartado 1, del TUE, invitándolo a determinar que existe un riesgo claro de violación grave... y a dirigir recomendaciones adecuadas a Hungría a este respecto».

En materia de independencia de la justicia, la Unión Europea ha dado avisos muy serios a tres de los cuatro países del grupo de Visegrado: Hungría, Eslovaquia y a Polonia. La Comisión advirtió a Polonia con la aplicación del art. 7 del Tratado de la Unión, el «botón nuclear» que elimina el derecho de voto de los estados miembros. Le dio un plazo de tres meses al Gobierno polaco por: interferir de forma significativa en el Poder Judicial: reducir la edad de jubilación de algunos jueces discrecionalmente; extender el presidente de forma discrecional el mandato de algunos magistrados del Supremo; y exige restaurar la independencia del Tribunal Constitucional. Son las modificaciones que ahora están negociando. Es el mismo artículo que el Parlamento Europeo propone aplicar a Hungría. Ministros de Eslovaquia han tenido que dimitir por su vinculación con la mafia calabresa, la «Ndrangheta». El periodista Jan Kuciak y su novia fueron asesinados por denunciarlo. El presupuesto que ha presentado la Comisión esta semana condiciona los Fondos de Cohesión, de los que son grandes beneficiarios, al respeto al Estado de Derecho.

Dos medios críticos con el reelegido primer ministro han tenido que cerrar debido a problemas financieros. El dueño, un antiguo amigo del primer ministro, se enemistó con él y desde entonces sus publicaciones -el diario Magiar Nemzet y una emisora- empezaron a verse privados de publicidad institucional del gobierno (¿Les suena?). Han sido los medios los que han destapado varios casos de corrupción. No es de extrañar que Hungría haya pasado del número 23 en el Índice de Libertad de Prensa de la World Press Freedom al número 71.

Los grandes principios y declaraciones de Orban se compaginan muy mal con el informe, otro, de la misión electoral de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) que en rueda de prensa celebrada en la capital húngara después de las elecciones declara: que los partidos no pudieron competir en igualdad de condiciones en las elecciones del domingo día 8, que hubo una superposición generalizada de los recursos del Estado y del partido Fidesz, ahora llamado Unión Cívica Húngara -el de Orban-, una retórica intimidatoria, una financiación opaca de los medios, y xenófoba.

Alemania puso todo su interés en ampliar la Unión hacia los países del Este europeo, incluso reconociendo la escisión unilateral de Kosovo, amparando a Ucrania. Era una forma de trasladar el centro de gravedad de la Unión Europea, de aumentar así su área de influencia, o alejar la de Rusia, pero los años de dominio soviético han hecho escuela. Y no precisamente de democracia.