Hay periodos en el año en que nos vemos casi obligados a cumplir con las costumbres que hemos adquirido durante el breve (ahora me doy cuenta) espacio de tiempo que es el vivir. Ha entrado la primavera y algo te dice que, con los libros, hay que limpiar también las estanterías de las libretas que durante muchos años he llenado con anotaciones «que era preciso no olvidar». Hay en ellas un batiburrillo de apuntes, citas, recortes de periódico e incluso fotos con un pie que explica el sentido de aquella imagen. Y sobre una de esas instantáneas que no ha mucho recorté, quiero hoy poner el punto de inflexión: es una panorámica impresionante en donde se ve el perfil de un hombre en primer plano que contempla unos paisajes antaño grandiosos, exageradamente agrestes como suelen serlo en ese país donde hasta el suelo tiene delirios de grandeza. Pero actualmente se ven despoblados y tristes. A pie de foto el contemplador dice: «A mis espaldas, las llanuras donde fueron masacrados los pueblos indios americanos. Esa ha sido una de las matanzas más impresionantes de la historia realizadas por los blancos. Todas estas praderas y bosques están hoy despoblados. Donde antaño vivía el hombre en armonía con la naturaleza, hoy es un lugar desierto, solitario. Me pregunto qué sentido tienen estas cosas...».

Esa imagen y ese comentario me quedaron en la memoria, y para que no se me diluyera como un azucarillo en el agua, lo recorté; así, cuando repaso mis cuadernos, me tropiezo, como he dicho, con aquel sensible periodista y también percibo que en lo que fueron territorios llenos de vida campa la soledad y la desidia como una herida abierta. Entonces me aparece, como al joven que contempla, un golpe de rebeldía que al final se resuelve en ese suspiro resignado que se presiente como un silencio cobarde. Yo también me pregunto qué sentido tienen estos hechos...

Tal vez sea por eso por lo que cada mañana, cuando subo hasta la plaza de las Flores y contemplo la triste estructura de lo que fue un regocijante punto de encuentro bullicioso, parece que escucho el murmullo de nuestros antepasados que desaparecen totalmente por culpa de ese nuestro silencio cobarde. Porque el olvido sí es ciertamente el final de la vida, no la muerte. Al menos es lo que pienso. Y por eso tengo siempre a punto el maldito suspiro de rebeldía que en sí, solo, no sirve para nada. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que un gran trecho de la plaza de las Flores, especialmente el deteriorado edificio del Mercado, tiene grietas, hace aguas, como tantos otros temas... Pero que no cunda el pánico, la economía anda boyante...

Está bien: si quieren que les diga la verdad, y antes de mi tropiezo con el muchacho que miraba las praderas desiertas, hoy pensaba hablarles de un librito pequeño, en tamaño, que encontré en una librería por casualidad. Se trata de El mundo visto a los 80 años, con un subtítulo que dice Impresiones de un arteriosclerótico. El libro fue escrito por Santiago Ramón y Cajal al final de su vida, que sucedió en 1934. Este ejemplar que yo tengo es un facsímil -en tercera edición- de 1939. Siempre me ha interesado este hombre porque, ademas de llegar a ser para la Humanidad el padre de la neurología actual, fue un humanista interesado en todo lo referente al pensar y el hacer del hombre.

Pero lo que me ha traído hasta aquí de la mano de Cajal ha sido su visión sobre tema tan actual hoy ante las amenazas -veladas o explícitas- del separatismo, esa ingratitud, dice, de los vascos, los niños mimados de Castilla con las ventajas del arancel generosamente otorgado por España... Y la Cataluña tan colmada de prebendas que no se tuvieron en ninguna otra comunidad española. Parecía que Cajal estaba hablando de hoy. Pero si levantara la cabeza y averiguara que hemos estado ya en la luna, que por medio de una pantalla vemos lo que pasa en el mundo en directo, que los chavales de corta edad manejan toda clase de aparatos increíbles, que ya no hay carrozas o caballos por la calle..., pero que en esencia, hoy, estamos soportando a políticos corruptos e inútiles como en su tiempo, que sigue habiendo guerras pero más crueles aún, que la gente se sigue muriendo de hambre mientras otros nadan en la hartura...

En fin, vaya al menos mi solidaridad con el periodista que contempla las solitarias praderas americanas de hoy, antaño llenas de vida; mi desolación ante un centro de ciudad exento de vitalidad y del que se escapan los últimos estertores del recuerdo en pro del olvido; mi indignación por la falta de valor de los políticos para resolver las cuestiones de las ciudades y ciudadanos, y también agradezco las reflexiones del doctor Ramón y Cajal por la cuestión de Cataluña eternamente repetida... Pero... ¿tienen todas estas cosas algún sentido?

P.D. Bien por los jubilados y todas esas personas que andan rompiendo los malditos silencios.