Es una verdad universalmente reconocida que la lectura tiene efectos beneficiosos sobre la actividad neuronal y el cerebro. Leer es una actividad relativamente reciente en la historia de la evolución humana por lo que, cuando aprendemos a hacerlo, el cerebro debe amoldarse a esta nueva situación. Recientes investigaciones han demostrado que las regiones cerebrales afectadas cuando abrimos un libro no son sólo, como se pensaba, las de su capa externa, o corteza, sino que llega a comprometer a estructuras profundas como el tálamo y el tallo cerebral.

Del mismo modo, se dice que la escritura requiere la utilización de todas las estructuras cerebrales funcionando de manera conjunta y coordinada. El acto de escribir requiere un alto nivel de especialización y coordinación hemisférica, ya que implica la integración de movimiento, tacto y pensamiento, necesarios para plasmar nuestras ideas en un soporte físico.

Ignoro si el hecho de dedicar unas horas semanales a preparar esta modesta colaboración en INFORMACIÓN ha tenido alguna repercusión positiva en la coordinación de mis hemisferios cerebrales, bastante descoordinados habitualmente, pero lo que sí ha conseguido es que preste más atención a las noticias y que mi cabeza esté constantemente pergeñando maliciosas asociaciones de ideas con las que hilvanar mis artículos.

Tal fue el caso cuando, la semana pasada, Elche fue noticia en los medios nacionales, incluso en los telediarios de varias cadenas con mucha audiencia, por las fuertes rachas de viento registradas la madrugada del jueves. Acostumbrados, como estamos, a que Elche sólo salga en las cadenas nacionales cuando se habla de economía sumergida, o para dar el parte del número de heridos durante la Nit de l'Albà, las referencias a nuestras palmeras, aunque sólo se hicieran como epítome de la situación provocada por el viento, me tocaron el corazón ilicitano.

De tal modo me vi conmovido que no pude sino asociar este episodio a Lo que el viento se llevó, la épica película norteamericana de 1939, y una de las más conocidas y exitosas de todos los tiempos. El filme fue galardonado con ocho premios de la Academia de Hollywood; basada en la novela homónima de Margaret Mitchell, la cinta dura casi cuatro horas e incluye un intermedio. Mi imaginación, desbocada por la emoción, voló hasta Tara para rememorar la imagen de Vivian Leigh, interpretando a Scarlett O'Hara, besándose apasionadamente, como en el celebérrimo cartel de la película, con Rhett Butler, al que da vida el mismísimo Clark Gable.

Ensimismado como estaba con estas reflexiones, comencé a pensar que el vendaval del otro día en Elche no podía tener un origen natural. La parte científica de mi mente insistía en que el viento es un fenómeno atmosférico originado por las diferencias de presión debidas a los movimientos de las masas de aire frío y caliente. Sin embargo, por un momento, pensé que el viento lo había provocado alguien para derribar palmeras en los colegios y, de ese modo, poner a prueba la eficacia de la gestión de Patricia Macià, demostrada ampliamente por el número de barracones eliminados durante el actual mandato, si se me permite la ironía.

No. Demasiado maquiavélico. Tenía que haber otra causa. Pero, ¿cuál? Esa pregunta no dejaba de atormentar mi alma y me impedía dormir por las noches en busca de una respuesta. ¿Cuál era la génesis de ese viento? ¿Por qué nos atemorizó esa madrugada a los ilicitanos? Cristina Cifuentes aún no había dimitido, Puigdemont sigue fugado, los pensionistas echándose a la calle, y la Sexta abriendo con las palmeras de Elche mecidas por la fuerza desatada de la naturaleza. Algo, o alguien, extremadamente poderoso tenía que estar detrás de este enigma.

Pero el domingo lo vi claro. La entrevista a Mireia Mollá que publicó este diario me golpeó como una epifanía. Resultaba evidente que iniciativas como la de «Valeria vente a Elche» o la de la «Hormiga sobre la Dama», que han situado a Elche como un referente turístico global, debían tener una continuidad. El ver a la señora Mollá en el centro de una enorme sala del Centro de Congresos, como Scarlett O'Hara en las escaleras de su casa colonial, me indujo a pensar que había sido ella la que había decretado que hiciera viento, eso sí, participativo y consensuado.

Claro que, al final, aquel vendaval se ha quedado en una brisa en comparación con lo que ha ocurrido esta semana. La rueda de prensa en la que el alcalde y Mireia Mollá anunciaron el lunes la paralización, «de momento», de la peatonalización de la Corredora fue un perfecto corolario, o epitafio, del actual mandato municipal. Me recordó, salvando las distancias, a la escena final de Lo que el viento se llevó: Scarlett corre tras Rhett, pero lo encuentra preparándose para irse para siempre. Ella le suplica, diciéndole que ahora se da cuenta de que lo ha amado todo el tiempo y que nunca amó realmente a Ashley, pero Rhett dice que tras la muerte de Bonnie no había posibilidad de reconciliación. Scarlett le pide que se quede, pero Rhett la rechaza y sale por la puerta perdiéndose en la niebla de la mañana, dejando a Scarlett llorando en la escalera y jurando que algún día recuperará su amor.