La visita de Ximo Puig a Alicante hace unos días para acudir a la comida que el PSPV organizó en apoyo de Eva Montesinos y los concejales socialistas del Ayuntamiento después del «Belmontazo» que aupó al popular Luis Barcala a la Alcaldía, puso punto final al periodo de escasa presencia del presidente de la Generalitat en Alicante. Con independencia de que al día siguiente la ejecutiva local decidiera apartar a Eva Montesinos de la portavocía del grupo municipal socialista, y que fue revocado horas después por las presiones de València, fue una excelente idea la llegada de Puig para ejercer la autoridad inherente al cargo que ostenta dentro del PSPV. Y decimos esto porque cuando de verdad se echó de menos a Ximo Puig en Alicante fue durante los dos últimos años de la anterior legislatura municipal cuando, al ser destituida la entonces «portavoza» socialista por la ejecutiva local elegida por el voto mayoritario de los militantes, los que se consideraron damnificados por este cambio iniciaron una campaña de insultos, mentiras y acusaciones sin ningún fundamento contra los que, según ellos, fueron los responsables de la caída en la irrelevancia de esta expolítica, sin que Ximo Puig reaccionase.

Alguien debió decir a Ximo Puig que si hay algo que castiga el electorado son las reacciones fuera de lugar de algunos cuando no son elegidos para un determinado cargo o cuando son apartados del mismo después de haber ejercido este cometido durante cierto tiempo, destituciones que son capaces de provocar en personas con un perfil muy concreto acciones vengativas contra el propio partido e incluso iniciar campañas en medios de comunicación y en redes sociales cuyo fin es conseguir que el partido político que les otorgó su confianza para un cargo vea disminuido el número de votantes en las siguientes elecciones. La razones de este castigo son dos. En primer lugar, porque pone en evidencia al propio partido. Se traslada la idea de que la elección de cargos es objeto de disputas que terminan por hacerse públicas dada la importancia que algunos dan al protagonismo mediático y al inherente sueldo que lleva añadido. En segundo lugar, porque mientras se airean los problemas internos se deja de explicar el programa político, pieza fundamental de la acción de partido. Los votantes quieren que los cabezas de lista sean personas competentes, formadas, que ejerzan la educación y, si es posible, tengan un pasado laboral.

Podríamos decir, por tanto, que una posible consecuencia de la inacción de Ximo Puig en la solución de los problemas surgidos en la anterior legislatura en el seno del grupo municipal socialista, y que fueron causados por los mal llamados «concejales díscolos», fue la pérdida de votos y concejales que en la actual legislatura hubiera permitido mantener la Alcaldía de Alicante a Eva Montesinos. Los problemas no se generan de un día para otro ni las consecuencias desaparecen de repente. Lo diremos claro. Si la dirección de València hubiese cortado de raíz los insultos, falsas acusaciones de corrupción y campañas difamatorias en redes sociales que un grupo de concejales y exasesores socialistas del Ayuntamiento de Alicante emprendieron contra la ejecutiva socialista que sustituyó a la portavoz generadora de todos estos conflictos, el «Belmontazo» no hubiera supuesto el regreso del PP a la presidencia de la corporación municipal de Alicante.

Por otro lado, hay que resaltar el revuelo que ha surgido alrededor de la figura de Ángel Franco y que va de camino de convertirse en un claro ejemplo de histeria colectiva. Es comprensible que desde los medios de comunicación y, en general, desde posiciones progresistas vinculadas al centro izquierda en Alicante, se vea con desesperación e incredulidad que el partido que sumió a la Comunidad Valenciana en la corrupción y el despilfarro recupere la vara municipal gracias al voto de una tránsfuga. Pero esta realidad no debe conllevar la búsqueda de chivos expiatorios a los que culpabilizar de todos los males de la izquierda en Alicante que están impidiendo una regeneración efectiva de los perniciosos efectos que la gestión del Partido Popular ha tenido para la ciudad de Alicante.

Para aquellos que no son militantes del PSOE resulta incomprensible que desde València se imponga una portavoz en el Ayuntamiento. Sin desmerecer la capacidad de Eva Montesinos para ejercer dicho cargo, podría verse como algo normal y lógico que una nueva ejecutiva local elegida tras la dimisión de Echávarri hubiese elegido al candidato más acorde con su ideario. La imposición de Montesinos por València debe enmarcarse dentro de esa histeria colectiva a la que me refería antes y que ha centrado en la persona de un militante toda la responsabilidad de que en Alicante el PSOE no logre recuperar la Alcaldía de una manera estable. La responsabilidad hay que buscarla en los concejales socialistas que han ostentado este cargo en los últimos años y en si han sabido comportarse de manera adecuada.

Pretender que una sola persona sea la responsable de los problemas de la izquierda en Alicante es insólito y absurdo. Se ha venido a decir que Franco maneja desde algún secreto lugar los hilos de lo que se hace en el Ayuntamiento y en la agrupación. Distinto es que alrededor de la figura de Ángel Franco se hayan unido militantes con una manera similar de entender el partido que, por otra parte, no tienen por qué ser dirigidos por nadie.

Desde hace años en la Comunidad Valenciana se habla de «lermismo». Grupo de militantes con ideas parecidas de lo que debe ser el partido agrupados alrededor (repito este término) del senador Joan Lerma. ¿Significa esto que Lerma dirige cualquier movimiento de este grupo? Obviamente, no.

Cualquier militante socialista de Alicante tiene la oportunidad de decir en las asambleas lo que estime conveniente. Eso sí, también deberá escuchar lo que se le responda aunque suponga opiniones contrarias a la suya. Después ya se sabe: a votar. Gracias a esta histeria colectiva se está olvidando que el principal responsable de que el Partido Popular haya recuperado la Alcaldía es del partido que dirige el concejal Miguel Ángel Pávon. Es Guanyar, y de manera especial Pavón, quién debe dar explicaciones sobre qué clase de selección hacen en su formación política para poder ser concejal por su partido.