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El derbi más dulce para el espartano Pacheta

A menudo pongo en común con jugadores y técnicos que están o han estado en el Hércules que en esta casa el tiempo siempre pasa a una velocidad fuera de lo común. Son tantos los futbolistas, entrenadores e incluso dirigentes en danza que lo que pasó hace sólo cuatro años está ya en la nebulosa del aficionado como si fuera casi de otro siglo. Y eso pasa cuando a muchos les preguntas por José Rojo Pacheta, principal nombre propio del descafeinado derbi del domingo. El técnico burgalés ha cogido ahora la ola buena al frente de un Elche que se va nutriendo de autoestima y confianza de cara a una promoción de ascenso de tres eliminatorias que nadie mejor que el Hércules sabe lo larga y cruel que puede llegar a ser, ya que se quedó a las puertas de festejar en Luceros en sus dos primeros intentos. Tras la debacle del descenso a Segunda B, en junio de 2014, el entonces director deportivo blanquiazul Dani Barroso puso su proyecto en manos de Pacheta, un entrenador con discurso vehemente, trabajador y con carisma de cara a la opinión pública. Lo que no sabían él ni Barroso es que Ortiz tenía en la recámara un convidado que no resultó ser de piedra: Juan Carlos Ramírez. Las chispas entre el nuevo socio acaudalado y ambos técnicos saltaron prácticamente desde el primer encuentro y Pacheta acabó desquiciado y de patitas en la calle, víctima de una mala racha de resultados que no sacó al Hércules de la promoción, pero sí minó su credibilidad dentro del vestuario. Después Barroso buscó la antítesis en el banquillo con el fichaje de Manolo Herrero (y el cambio de preparador físico por la plaga de lesiones) y casi sale todo a pedir de boca de no ser por el escándalo arbitral de Cádiz. El mejor legado que dejó Pacheta fue, al margen de los puntos, el descubrimiento de Álex Muñoz como central, un canterano que fue vendido al año siguiente por 300.000 euros al Sevilla.

El técnico burgalés con alma soriana caló hondo en aquella plantilla por su enorme capacidad de trabajo, implicación y estoicismo. Su tiempo libre lo invertía en ver horas y horas de vídeo en su modesta habitación de la residencia universitaria Europa House y cuando la cabeza ya no daba más de sí se desquitaba jugando al pádel. Su destitución la veía venir desde muchas semanas antes y se despidió con elegancia y pesar en una rueda de prensa que convocó a nivel particular. El despido a mitad de curso le afectó a nivel profesional también de puertas hacia afuera ya que salió por la puerta de atrás de tres históricos en apuros como el Cartagena, Oviedo y Hércules. Decidió entonces marcharse a la otra punta del mundo y vivir nuevas experiencias en el fútbol australiano y después en el tailandés. Cuando muchos ya le habían perdido la pista, «reapareció» en el palco del Rico Pérez en el derbi de liguero de la primera vuelta y bromeó después con el fútbol desplegado por ambos equipos (sobre todo «su» Hércules), que tenían un miedo atroz a perder y firmaron un tristísimo empate sin goles (poco después Josico y Claudio fueron despedidos).

Meses después, el Elche recurrió a él a la desesperada como tercer inquilino del banquillo y ahora su venganza se sirve en plato bien frío, casi helado. Ha reflotado al conjunto franjiverde y ve con sus propios ojos la descomposición de otro proyecto en la casa blanquiazul. Fue testigo en Ontinyent del cierre de temporada del Hércules de Visnjic y allí se reencontró con Ramírez y Barroso. Ahora el viento le va de cara a este burgalés que durante una temporada decidió alejarse del fútbol para trabajar en la empresa de madera de un amigo y adquirir nuevas experiencias. Pero Pacheta sabe mejor que nadie cómo es el fútbol y la fina línea que separa el éxito del fracaso, sobre todo en clubes históricos a los que les sobran urgencias. Él sigue su camino y pide a gritos una oportunidad de entrenar en el fútbol profesional y continúa soñando con dirigir algún día a su Espanyol.

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