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Niños de hoy

La aventura de pasar a Primaria

Cruzar la frontera entre la escuela de los chicos y la de los grandes es un momento importante para los niños. Hay expectación, inquietudes, miedos, curiosidad, ilusión, inseguridad, ganas de darse a conocer, de mostrar lo que uno sabe, de hacerse querer. A veces se tiene suerte en la travesía, cuando el maestro que recibe espera a un niño o una niña diferentes a otros, particulares, aún pequeños. Pero a veces se encuentra a alguien que lo que espera es un número, un alumno ideal, un autómata o un sabio. Y según sean las expectativas del maestro receptor, así se construirá una determinada manera de estar y de aprender.Hay maestros que ponen el acento en que los niños que les llegan sean respetuosos con las normas. Los hay que tienen interés en que sus alumnos sean limpios y autónomos. Otros quieren tener alumnos que sean «iguales», nivelados, homogéneos. Y los hay que sitúan su deseo más ferviente en que los niños les lleguen ya «enseñados», que sepan colores, formas, números?, que hablen bien, y sobre todo que lean y escriban, para emprender con ellos trabajos «de mayor altura». A los niños no les queda otro remedio que responder a las diferentes demandas, y hacer lo que se les solicita, que no siempre es lo que les hace falta.Sin embargo, desde el punto de vista psicológico, tener seis años se parece mucho a tener cinco. Y cambiar de etapa educativa no ha de suponer que olvidemos el momento evolutivo que se transita, aún tan afincado en la magia, la omnipotencia, la impulsividad, la intuición y el narcisismo. El salto hacia la lógica vendrá poco a poco, como todos los procesos vitales y no se derivará de estar en otro edificio de la escuela, sino de la maduración y estructuración del psiquismo, de las experiencias vividas y del desarrollo global de cada niño. Sabemos que en el crecer, en el aprender, en el acercarse a los demás, en el vivir, todo va despaciosamente, todo tiene su proceso. Da igual que se hable de caminar, de comer, de hablar, de pintar, o de echar una mano a los amigos. Será lentamente, con idas y venidas, con avances y retrocesos, con miedos, con paciencias y con impaciencias.Hace un tiempo vino a verme Sofía con su mamá. Tenía seis años acabados de cumplir y pidió hablar conmigo. Con la cara entristecida me dijo que ella ya no era tan lista como le decía yo, que su maestra de ahora le rompía los trabajos porque hacía mala letra. Quería que todos escribieran tan perfectamente que no pudiera saberse quién había sido el autor. Me impresionó la fuerza que ponía aquella maestra en borrar la identidad de los niños y su exigencia al romperles las tareas que veía «imperfectas». El primer curso de Primaria es para encontrar un lugar adecuado en el centro educativo que acoge, para empezar a aprender más sistemáticamente, para investigar con mayor autonomía, para trabajar con los compañeros, para ir asomando la cabeza a la abstracción desde lo concreto, para iniciarse en leer y escribir con curiosidad, alegría y ganas. Y todo ello teniendo bien presente el universo afectivo de cada niño, motor del aprendizaje y las relaciones.Si ahora mismo yo pudiera ser maestra de un grupo de niños y niñas que inician su Educación Primaria, lo primero que haría sería hablar con su maestra anterior y enterarme de algunas cosas de su recorrido. Me leería los informes últimos, haría entrevistas con sus familias y organizaría una visita de los niños a la clase para que la conocieran de primera mano. Según como los sintiera al estar con ellos, buscaría los cuentos que más les pudieran gustar, una música alegre para bailar los primeros días, un rinconcito para poner las fotos de sus familias, láminas de arte sugerentes, una estantería para las colecciones y material para experimentar. Y, claro está, disfraces, juguetes, libros, cuentos, rompecabezas, juegos de mesa, marionetas, telas, maderas, papeles, pinturas? El primer día les contaría un cuento emocionante, los miraría bien, los escucharía contarme lo que quisieran de si mismos, los dejaría jugar, moverse y explorar la clase. Les regalaría un poemilla hecho a partir de sus nombres y haríamos broma con ellos. Si hubiera tiempo y calma pintaríamos, o estrenaríamos las linternas, las lupas o los juegos de agua. Si hubiera susto en el ambiente, bailaríamos. Si hubiera tensión nos pasearíamos por el patio. Si hubiera vergüenza, haría bobadas para hacerlos reír. Si hubiera jaleo, tocaría la guitarra. Si hubiera la suficiente escucha, disfrutaríamos con algún poema bailón de Nicolás Guillén o de García Lorca. Vamos, que haría lo mismito que si tuvieran cinco años, aunque fueran de seis. De ahí en adelante, iríamos conociéndonos, tanteándonos y haciendo unos vínculos estrechos que permitirían seguirle la pista a sus deseos de aprender, de hablar, de disfrutar y de hacerse mayores. ¡Incluso creo que tendríamos tiempo para aprender a leer y a escribir!

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