La decisión de los magistrados de la sección Segunda de la Audiencia de Navarra en su sentencia a la Manada no hay por dónde cogerla. Esa frontera jurídica entre violación o agresión sexual y abuso sexual en realidad no existe, solo que las leyes permiten tantos matices o sus propios vacíos legales dejan en el aire tantas y distintas interpretaciones que dan mucho juego a los abogados defensores y, a veces, se convierten los juicios en circos. Estarán satisfechos, más que avergonzados, los machotes de la Manada, muy hombres ellos. Con un poquito de paciencia en dos días a la calle. Estarán esperanzados igualmente muchos jóvenes, muy viriles también, y tentados de cometer delitos sexuales, pues escaso castigo tendrán una vez comprobada la benevolencia de nuestra justicia.

Resulta paranoico pensar que a la víctima se le inculpa por haber bebido y, por tanto, se le presupone más condescendencia en los hechos y a los agresores se les exculpa por haber bebido también, existiendo más indulgencia con ellos. La pregunta que deberían hacerse los jueces es que si un agresor, sin consentimiento de la otra parte, ya intimida, ¿cómo no va a intimidar un grupo de pendencieros? Habría que preguntar a los jueces: «Si entran a robar a sus casas, ¿les atemorizan lo mismo si es un ladrón que cinco atracadores?». Estoy seguro que cinco asaltantes acobardan mucho más a la víctima y quien afirme lo contrario, o no está en sus cabales o miente.

Imagínense que un demente gobernante avisara a la población civil de una aldea que va a bombardearla en una hora y les preguntase a los pobres inocentes cómo quieren ser bombardeados, si con una bomba convencional o con armas químicas, porque claro, no es lo mismo. Imagínense que un sicario preguntase a su inmediato mártir cómo quiere morir, sin con una sola bala o vaciándole el cargador, porque claro, no es lo mismo. Imagínense si un psicópata preguntase a su indefendible víctima si quiere, después de acabar con su vida, que deje su cuerpo inerte, pero entero, o prefiere que lo descuartice en trozos, porque claro, no es lo mismo. Imagínense que un hombre, resentido en su orgullo, le pregunta a su ex cómo quiere que la mate, si con una sola cuchillada o con cincuenta, que es más ensañamiento, porque claro, no es lo mismo. Imagínense si un violador le pregunta a la damnificada si quiere que la penetre él solo, repugnante acto en el que saciará sus instintos, o prefiere que le acompañen en la fiesta un grupo de amigos, que quizás actúe con más generosidad, porque claro, tampoco es lo mismo en un proceso judicial.

Nadie quiere ser víctima de aquello que no le gusta, por tanto sobran tantas preguntas estúpidas que, por otra parte, son las que enredan los diretes. Nadie quiere ser intimidada por nadie, ni que le roben, ni que la fuercen sexualmente por uno o cinco individuos patéticos, ni que la maten con un tiro o con veinte disparos. Nadie quiere ser sacrificada por nada ni por nadie y nadie quiere ser protagonista de reflexiones enfermizas respecto a si estaba ebria o sobria, si arañó en su resistencia o renunció a ella por sentirse mayormente amenazada, si gritó con desesperación o calló muerta de miedo.

Pero lo más preocupante es que haya un juez del tribunal que interprete los hechos acaecidos con una visión absolutamente diferente, tanto que solicitaba la absolución de los cobardes agresores. Es como si hace un día soleado y un magistrado afirma que llueve, como si cuando hace un frío extremo alguien dice que hace calor, como si lo que es absolutamente blanco alguien se empeña en verlo negro. Que un juez defienda la absolución es condenar de por vida a la víctima, pues le costará más o menos sobreponerse al agravio, pero no superará jamás la humillación de que alguien manifieste, un juez nada más y nada menos, que la única culpable y responsable fue ella.

Esta sentencia puede abrir la veda a valerosos asaltantes de lo ajeno y a violadores empedernidos, agrediendo o violando a personas con discapacidad física o psíquica, porque como no pueden oponer resistencia los primeros ni saben lo que les están haciendo los segundos, pues adelante. Lo que es violencia de género, violación en toda regla, se convierte, por decisiones incomprensibles, en abuso sexual. Las leyes hay que acatarlas, pero si injustas son en ocasiones, habrá algún día que mejorarlas para que prime la Justicia, no la sinrazón. La salud de un país se mide por el nivel de su Sistema Judicial y por el desarrollo de la Educación. Si no hay una profunda reforma de las leyes que nos rigen y los jóvenes no conocen las normas de urbanidad porque perdieron el norte, por mal camino vamos.